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Leo en El Diario Montañés del día 14 de octubre el siguiente titular: «La reforma silente del Gobierno borrará 220 años de cárcel a 24 etarras por 80 asesinatos». Y corrobora la noticia con los nombres y apellidos de los beneficiarios. Esta noticia me produce ... indignación e impotencia.
Ahora bien, ante hechos como éste no podemos olvidar que España ha sufrido durante décadas la lacra del terrorismo que atenta cruelmente contra la vida humana, coarta la libertad de las personas y ciega el conocimiento de la verdad de los hechos de nuestra historia. El terrorismo es intrínsecamente perverso, porque dispone arbitrariamente de la vida de las personas, porque atropella los derechos de la población y porque tiende a imponer violentamente el amedrentamiento y el sometimiento del adversario. En definitiva, porque priva de la libertad social y no pocas veces de la vida humana. No existe ninguna razón que justifique la violencia terrorista. El terrorismo de ETA es absolutamente reprobable desde el punto de vista moral.
No se pueden cerrar los ojos ante esta dolorosa plaga del mundo actual: el fenómeno del terrorismo, entendido como propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, y crear un clima de terror y de inseguridad, a menudo incluso con la captura de rehenes. Junto con el miedo, el terrorismo busca intencionadamente provocar y hacer crecer el odio para alimentar una espiral de violencia que facilite todos sus propósitos.
Incumbe a todos, a los ciudadanos y a las instituciones, la tarea de no olvidar a las víctimas y a sus familias, de ayudarlas a superar las heridas, físicas y psicológicas, y de mejorar su situación. No podemos olvidar a las víctimas del terrorismo ni permanecer callados ante estos hechos. Su dolor y sus pérdidas deben ser dolor y pérdidas para todos. Ellas encarnan la verdadera valentía y la dignidad y el compromiso con la libertad y la solidaridad humana son un ejemplo para toda la sociedad. Es muy importante que las vivencias, a menudo traumáticas y desgarradoras de las víctimas y sus familias, lleguen a la sociedad, y en particular a los jóvenes. Que el círculo vicioso de la violencia se transforme en un círculo virtuoso de aprendizaje para no repetir errores del pasado.
El acompañamiento y la atención a las víctimas del terrorismo es una primera obligación para todas las personas con buena voluntad. Se trata de una exigencia de justicia estar a su lado y atender las necesidades y justas reclamaciones tanto de los afectados como de sus familiares. Los homenajes y la reparación integral de las víctimas son, sin duda, una poderosa herramienta para la deslegitimación ética, social y política de quienes emplean la violencia para sembrar el terror.
Esto nos obliga a todos a expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier forma de colaboración con quienes lo ejercitan o con quienes lo justifican, particularmente a quienes tienen alguna representación pública o ejercen alguna respon- sabilidad en nuestra sociedad. No se puede ser 'neutral' ante el terrorismo. Denunciar la inmoralidad del terrorismo es parte de la misión de la Iglesia y de todos aquellos que defienden la dignidad de la persona en un asunto de máxima repercusión social. La Iglesia, además, acude constantemente a la fuente de la que emanan la misericordia y del perdón, que es Dios. Al mismo tiempo, invita continuamente a ofrecer y recibir el perdón, consciente de que «no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón». Un cristiano no puede participar en las acciones violentas de ETA, ni colaborar con ellas, ni justificarlas, ni apoyarlas.
Pedía san Juan Pablo II: «Que se eleve desde el corazón de cada creyente, de manera más intensa, la oración por todas las víctimas del terrorismo, por sus familias afectadas y por todos los pueblos a los que el terrorismo y la guerra continúan agraviando e inquietando. Que no queden fuera de nuestra oración aquellos mismos que ofenden gravemente a Dios y al hombre con estos actos sin piedad: que se les conceda recapacitar sobre sus actos y darse cuenta del mal que ocasionan, de modo que se sientan impulsados a abandonar todo propósito de violencia y buscar el perdón. Que la humanidad, en estos tiempos azarosos, pueda encontrar paz verdadera y duradera, aquella paz que sólo puede nacer del encuentro de la justicia con la misericordia».
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