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La carretera sobre el mar entre Santoña y Cicero se hizo por los años 20 del pasado siglo. Tuvo raíz militar y económica. Fue decisiva para el desarrollo de la comarca. En los años 90, sus puentes entraron en estado de ruina peligrosa. Se pidió ... su arreglo con insistencia. Pero hubo una declaración sorprendente de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente, Cristina Narbona: «Quieran o no los santoñeses, esa carretera va a peatonalizarse» (El Diario Montañés, 25 de enero de 1995). O sea, no queráis tanto, santoñeses; sin más. Y dicho y hecho. Esa 'solución' se llevó a Bruselas. Santoña quedaría sin carretera. El consejero Ángel Madariaga dijo lo mismo en la Asamblea de Cantabria. A nadie importaba estrangular la comunicación santoñesa.
El Ayuntamiento local no reaccionó. Tuvieron que ser unos pocos ciudadanos quienes pusieran el grito en el cielo en la Asamblea cántabra ante ese atropello innecesario e injusto.
Afortunadamente, hubo un cambio de Gobierno. Revilla dijo basta. Su determinación paró el despropósito e hizo enderezar las cosas en medio de muchas dificultades. De inmediato se reunió con los ecologistas. Juntos decidieron abrir nuevos puentes, permeabilizar más la carretera al paso del mar y emplear asfaltos absorbentes de ruidos. Esa carretera por fin se reconstruyó con fondos europeos. Hoy es todo un ejemplo de decisión exitosa. Hubo un error de inicio, pero prevaleció la razón.
Lo contrario que ocurre con el saneamiento de todo el Asón. Santoña vuelve a estar asediada por el error. Un túnel bajo la bahía para un flujo de residuos de 2.900 litros por segundo a desembocar en un pozo de bombeo de 45 metros de profundidad. Tal sima se hará a 60 metros de un barrio de más de doscientas familias y a 25 metros de un solar municipal destinado a viviendas. ¿Viviendas para quién? Nadie las querrá a no ser que vinieran a comprarlas los ingeniosos autores y figurantes de tal despropósito ambiental. También es bueno recurrir a la historia. Este Plan de Saneamiento del Asón lleva 23 años de matraca y fallos. Aún nadie ha dado explicaciones por los socavones producidos en el Pasaje por el primer intento de túnel. Ni por los que quedan por venir. Ni por los millones gastados bajo la bahía en forma de carísima tuneladora allí enterrada víctima de multifallos ingenieriles. Millones gastados con graciosa pólvora de rey.
ARCA hizo el 12 junio de 2003 una alegación contra ese Plan. Denunciaba la nula reutilización y reciclaje de las aguas y la vulneración de la Ley de Costas. Para esos ecologistas, el Plan carecía de sostenibilidad ambiental. Ellos ofrecían una solución con cuatro depuradoras pequeñas distribuidas a lo largo del estuario. Ni caso en las altas esferas. Vía libre, pues, al agobiante vertido al mar en Berria. De por vida. Hoy todo indica que esa alegación tenía mucho sentido. Los nuevos estándares europeos medioambientales lo corroboran. ¿A quién le gusta la contaminación que producen emisarios submarinos como el de Santander? Pregunten a los vecinos de La Maruca.
Santoña está ya exhausta del ninguneo padecido en años. Los lugareños ya dan por hecho que lo bueno solo se hace fuera. Hay sobrados antecedentes. Se sabe que esas obras de tunelación, excavación y bombeo de aguas residuales tendrán una huella de carbono desmesurada e innecesaria. Se sabe que hay alternativas verdaderamente sostenibles a ese trazado de saneamiento agobiante para Santoña, como ya expusieron ARCA y otros hace 21 años. Se sabe que son intocables nuestros derechos a tener una ciudad, viviendas, parques y playas sin ruidos, olores y molestias ajenas a las ordenanzas municipales más elementales. Se sabe que esas obras traerán una depreciación del valor de las viviendas próximas y del patrimonio municipal. Se sabe que es obligatorio el cumplimiento de la Agenda 30 de Naciones Unidas. Para la ONU las infraestructuras tienen que ser respetuosas con el medio ambiente. No es preciso insistir que el primer medio a respetar es aquel donde viven las personas. También lo saben la presidenta Buruaga, la ministra de Medio Ambiente o cualesquiera de los diputados diversos. Pero pasan de dar la cara ante el error. Les resultamos invisibles.
Los santoñeses somos los primeros interesados en tener nuestra bahía limpia, pero no se puede justificar un interés general indudable con una solución de saneamiento retrógrada, mal concebida y ajena a la sostenibilidad ambiental. No pueden pisotearse los derechos humanos elementales de la gente que quiere vivir tranquilamente en sus casas y barrios.
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