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Sería hermoso ver la discriminación positiva por edad. Un señor o señora mayor ocupando un puesto en todas partes: en mesas redondas, en consejos de administración, en gobiernos, en ministerios, en el cine, en la empresa, en la política. No, mire, les falta un anciano ... o una anciana, así no podemos subvencionarlos, o lo que sea. Obvio: hablo de ancianos con salud, de gente de setenta u ochenta años que están perfectamente sanos y productivos. A esta marginación invisible los sociólogos la han llamado edadismo. Ningún gobierno ha hecho nada para corregir la marginación por edad, y afecta a hombres y mujeres. Con el edadismo todo es tabú. Todos se creen que los viejos y viejas ya no saben nada, ya han perdido la inteligencia, se mueven con lentitud, tardan en decir una frase. O se han hecho antiguos. Una cosa es ser viejo o vieja, y otra ser un antiguo. Hay jóvenes que nacen antiguos y hay viejos que siempre serán modernos. Lo que más molesta de los viejos es que no se muerden la lengua. Ya no hay razón para decir cosas políticamente correctas, frases diplomáticas y vacías. Los viejos saben mucho de la vida y de la historia.
Nunca habían sido tan apartados de todo como ahora. Más de setenta años tenía Winston Churchill cuando derrotó a Hitler, que solo tenía 56 cuando se pegó un tiro. Se llevaban quince años. Quince años de experiencia del mundo. Cervantes escribió la segunda parte del Quijote siendo un anciano. Es una estupidez interesada la que nos obliga a prescindir de la sabiduría de la experiencia. Los sexagenarios, septuagenarios, octogenarios saben mucho, ellos y ellas. Han vivido. Han visto. Yo invito, desde aquí, a hombres y mujeres viejos (no me gustan los eufemismos) a que levanten la voz y hagan callar a muchos jóvenes irrespetuosos e ignorantes. Tenemos pendiente una revolución. La revolución de las mujeres ha sido y está siendo. La revolución de los sexos también ha sido y está siendo. La revolución de los viejos ni ha comenzado. Viejos y viejas de la tierra, uníos. Haced valer vuestra experiencia, vuestra inteligencia. Denunciad la marginación por edad. Demandad la discriminación positiva. No dejéis que os echen del mundo por el hecho de necesitar un bastón, o una silla de ruedas, o unas pastillas o por hablar con lentitud. Yo veo a algunos jóvenes que hablan muy deprisa, pero no dicen nada. Veo a los viejos hablar despacio, pero lo que dicen va lleno de verdad y de libertad, porque, a la postre, el edadismo empobrece la vida.
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