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Mi madre ha comenzado a escribir una colección de recuerdos vitales siguiendo el método empleado por Joe Brainard. Repasando con ella algunos fragmentos de ese ejercicio de memoria, dijo algo que me gustó: «yo ya no creo que el mundo se vaya a acabar mientras ... viva, pero es algo que, durante varios años de mi juventud, pensé que podía suceder de un momento a otro». No estaba sola en esa 'futurofobia' pues, desde la Guerra Fría, un grupo de científicos y pensadores actualizan regularmente el 'Reloj del Apocalipsis', un símbolo que refleja el peligro global de sucesos catastróficos. Nunca vamos a estar completamente a salvo del peligro nuclear porque, sencillamente, la energía nuclear no se puede desinventar. En enero de este año, a raíz del primer brote de covid-19, el Reloj se adelantó veinte segundos, quedándose a sólo 100 segundos de 'la medianoche' (o hecatombe mundial).
Noticias agoreras, pesimistas, negativas y negacionistas a un lado, lo cierto es que no vivimos en el mejor de los mundos, pero sí vivimos en un mundo mejor que el que hubo en el pasado. La crisis económica provocada por la pandemia, la lenta recuperación que aún tenemos por delante, la factura humana que deja tras de sí y otras noticias pésimas que nos bombardean a diario pueden hacernos pensar que el mundo no va por el buen camino o que nos vamos a pique pero, en realidad, vivimos en la mejor de las época y nunca antes, desde que el hombre puebla la Tierra, se había priorizado la vida -en concreto, la de los más vulnerables- por encima del resto de posibles criterios. Son noticias excelentes.
El pensador Harari declaraba recientemente su sorpresa al comprobar cómo ningún país del mundo ha optado, en la gestión de esta crisis, por la solución más rápida, fácil y barata: dejar morir a los ancianos. Como historiador y medievalista que es, el israelí conoce bien cuales han sido -siempre y sin excepción - las principales víctimas en episodios históricos similares. Además, esta crisis ha servido para que los equipos científicos de varias empresas farmacéuticas compriman en apenas nueve meses un proceso de investigación que, habitualmente, exige años. Todo un logro histórico para la ciencia. Un auténtico arma de 'salvación masiva'.
Nuestras casas nos sirven temporalmente de trinchera, pero, tarde o temprano, saldremos de la crisis y recuperaremos nuestra vida y el mundo del siglo XXI: un lugar globalizado y fascinante que merece la pena explorar.
Nunca antes hemos vivido un momento de tanta abundancia, con tantas facilidades de comunicación, de intercambio y de transporte. Los virus no van a cambiar el mundo. Tal vez lo colonicen temporalmente, pero no lo van a cambiar. De igual manera, el cambio climático no amenaza al planeta, ni en realidad tampoco a la vida, como tal, en el globo. El planeta seguirá girando y la vida saldrá adelante, de un modo u otro, con o sin seres humanos. La especie verdaderamente amenazada por estos peligros es la nuestra: la única capaz de darle la vuelta al mundo y garantizar su supervivencia pacífica en el planeta. Vivimos un tiempo extraordinario en el que, por vez primera, somos capaces, tanto de salvarnos a nosotros mismos como de destruirnos por completo. Tanto para lo uno, como para lo otro, vamos a valernos de bites, genes y átomos. Y de creencias. Esas creencias componen la escala del mapa de nuestro propio futuro.
Para reconstruir el mundo post-Covid necesitamos una hoja de ruta, un nuevo mapa, una nueva forma de ver el mundo que muestre el planeta como un todo interconectado, como una entidad colectiva y como un lugar compartido. Un mapa nos conecta de manera visual con problemas, con sueños y con metas que 'no se ven'. Una imagen vale más que mil palabras porque el ser humano necesita de abstracciones para procesar la complejidad del mundo que le rodea y tender un puente entre lo que hay y lo que puede haber. En un mundo incierto e interconectado como el actual, necesitamos un nuevo mapa que muestre lo que el ojo no ve (el 'big data', por ejemplo). Un mapa es la promesa de un viaje, una herramienta de planificación y de gobernanza, hace historia y permite cambiar la Historia. Un mapa afianza una creencia o la rompe, rediseña el mundo y reinventa el futuro. Una vez miramos un mapa, no volvemos a ver el mundo de igual manera. Necesitamos, por ello, nuevas maneras de ver el mundo para hacer frente a las sucesivas crisis que nos aguarda el futuro.
Los chinos tienen un proverbio que reza: 'Son sabios aquellos padres que dan a sus hijos raíces, alas y un mapa'. Creo que hay suficientes razones para el optimismo. Quien tenga ojos... que las mire. Feliz Navidad a todos.
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