Lo demás es aire

En la entrada de la cueva de Hornos de la Peña hay un corte vertical. La guía que nos conduce al interior de la cavidad nos explica cómo se han ido acumulando, desde que el mundo es mundo, los sedimentos. Lo más antiguo, abajo. Lo ... más reciente, arriba. Eso siempre es así: una cosa encima de la anterior. Si se excava, se encuentra un rastro: raíces o antepasados que nos hablan de huesos, utensilios, dibujos o grabados en la piedra. Ese corte vertical es hipnótico: las franjas oscuras (consecuencia del humo de las hogueras) y con restos óseos indican en qué épocas la cueva estuvo ocupada por seres que se parecían a nosotros; las franjas claras hacen pensar en miles de años en los que ese espacio estuvo deshabitado. Me viene a la cabeza esa imagen de los estratos en Hornos de la Peña cuando leo la última novela de Juan Gómez Bárcena. 'Lo demás es aire' atraviesa el tiempo sin moverse de un espacio. Las múltiples historias que conforman el libro (entre ellas la de un personaje que se parece mucho al autor) pertenecen a diferentes momentos históricos pero todas se desarrollan en Toñanes, un pequeño pueblo de Cantabria. Cientos de vidas, anónimas hasta que Gómez Bárcena escribe sobre ellas, se van acumulando a la manera de los sedimentos. Al final, unas palabras que se repiten como un mantra desolador: «murió, fue enterrado». Y, luego, una breve relación de lo que cada ser deja. Pero no es una novela pesimista. 'Lo demás es aire' recuerda más bien a eso que dice el poeta Rafael Cadenas cuando asegura que un grano de arena es tan asombroso como un sol. Eso es lo que consigue Gómez Bárcena: hablar de la complejidad humana sin salir de Toñanes. El escritor, como si fuera un arqueólogo, hace catas en el pueblo en el que pasó los veranos de su infancia y juventud y acaba ofreciendo una novela vertical que será recordada porque aborda los conflictos esenciales del ser humano y, sobre todo, porque nos sumerge en la experiencia del tiempo y nos recuerda lo efímero de la existencia.