La edad de los milagros
Con sol dentro. ·
Con qué poco a los niños les llega la alegría. El mundo que comienzan a conocer es una caja de sorpresas. Todo les deslumbraSecciones
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Con qué poco a los niños les llega la alegría. El mundo que comienzan a conocer es una caja de sorpresas. Todo les deslumbraEs la infancia la edad de los milagros. Con qué poco a los niños les llega la alegría. El mundo que comienzan a conocer es una caja de sorpresas. Todo les deslumbra. Así son las cosas para ellos: una permanente revelación. Viven en la eterna ... novedad del mundo de la que habló Fernando Pessoa. Así (aunque nos cueste recordarlo) fueron también las cosas para nosotros en nuestros años primeros, desde que nos arrojaron a la luz hasta que comenzamos a corrompernos. Es una desgracia, pero pasa siempre. A fuerza de vivir, el ojo se acostumbra y ya nada somos capaces de ver. No hay peor ceguera que la de mirar y no sentir extrañeza o asombro ante las cosas en apariencia sencillas que se manifiestan a cada instante ante nosotros. Esa anestesia es una tumba. Normal que estando así, anestesiados, necesitemos tanto para intentar recuperar una plenitud que, en la infancia, lográbamos con casi nada. Andamos los adultos sedientos de vanidades, ansiosos de unas distracciones que sean cada vez más espectaculares para intentar llenar el vacío que nace de no saber vivir. Con lo sencillo que sería existir a la manera de los niños: es decir, jugando con lo que la vida nos da, explorando lo que tenemos a nuestro alcance, maravillándonos con lo que se despliega ante nosotros. Nos empeñamos en enseñar a los pequeños a vivir, como si no supieran hacerlo. Queremos, como si fuésemos superiores, señalarles el camino, cuando son ellos los que tienen, sin ni quiera saberlo, la llave de la sabiduría: la del gozo que nace de la contemplación, la de ver la vida como una fiesta permanente en la que están sumergidos. No me extraña que muchos niños, en un arrebato de lucidez, manifiesten que no quieren crecer nunca. Quizás nos observan y sospechan que hay algo fúnebre en la vida de todos los mayores. Pero tendrán que crecer, es inevitable, y la mayor parte perderá ese don esencial. Aunque siempre habrá alguno que, muchos años después, como los salmones, intentará hacer el camino de vuelta para reencontrarse con esa primigenia alegría.
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