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Tomarse en serio a uno mismo es, quizás, la cosa más superficial que uno puede hacer. Reírse de uno mismo, al tiempo, es tal vez la forma más seria de vivir. La risa no quita importancia a las cosas, pero las aligera, las ajusta, equilibra ... su peso. Cuántos sufrimientos tienen su origen en ese desajuste entre el tamaño del problema y la dimensión de la angustia. O en la incapacidad para poder salir de lo que nos afecta o duele. De forma general, podría decirse que, con independencia de cuál sea la dificultad, cuánta más importancia te das, más sufres. Todos podemos caer de cuando en cuando en eso de tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos. En ese estado, aparecen las suspicacias y cualquier gesto trivial puede ser visto como una afrenta. De ese delirio, solo la risa puede salvarnos. Una carcajada a tiempo nos saca del patetismo. El humor clarifica la visión, ventila la casa. El mayor agujero negro del universo sea posiblemente el propio ombligo: todo se lo traga, hasta el punto de que engullidos por él ya no se alcanza a ver nada que no sea justo eso, el ombligo propio. Todo lo demás desaparece. Qué funeral vivir así, qué tristeza. Es posible que, por ello, cuando nos empezamos a dar importancia se nos va poniendo cara de piedra. El humor es una de las cualidades que nos hace humanos. La realidad, per se, no tiene gracia ni es dramática, somos nosotros los que le otorgamos estas cualidades. En su ensayo sobre la risa, publicado en 1900, el filósofo francés Henri Bergson, defiende que «la comicidad exige algo así como una anestesia momentánea del corazón para que surta efecto, pues se dirige a la inteligencia pura». Es decir, para reírse de algo es inevitable tomar distancia, desapegarse al menos por un rato de lo que nos preocupa o duele. Lo que pesa, así, se vuelve de repente ligero y algunos de nuestros dramas, aunque sea por unos instantes, se convierten en una comedia. Quizás por ello, cuántas veces la risa irrumpe en los tanatorios para ayudarnos a sobrellevar lo más grave.

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eldiariomontanes La risa