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Me recosté para leer a la sombra de un árbol (lo mejor del sol, dice la sabiduría popular, es una buena sombra) y me quedé dormido casi sin darme cuenta. Los ojos se me entrecerraban, mi mente era incapaz de comprender aquello que estaba leyendo, ... los músculos del cuello parecían no poder sostener el peso de mi cabeza. Pensar pesa (pensé mientras cabeceaba), aunque uno solo piense vulgaridades, ya sea despierto o al borde del sueño. Tras ofrecer un poco de resistencia, me rendí bajo las hojas del arce que me proporcionaban frescor y cobijo (no hay nada tan eficiente como la sombra de un árbol que impide el paso de los rayos del sol, pero permite que pase el aire).

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