Sobre la pasión

Toda pasión implica un compromiso. Todo compromiso lleva consigo un sacrificio. Todo sacrificio conduce a cierto sufrimiento. La pasión, si es verdadera y no una mera distracción que se evaporará al cabo de un tiempo, se traduce en entrega. La persona apasionada se da a ... eso que es objeto de su pasión. Y es así, entregándose, como acaban llegando la alegría más íntima, el gozo y eso que podría llamarse plenitud. Es posible que suene todo esto un poco antiguo. Si uno tiene una pasión, lo que importa no es el resultado final ni el reconocimiento sino el compromiso con lo que se hace. No hay más. Cuando lo que se busca es el aplauso, no podríamos hablar de pasión sino de vanidad. A través de una pasión se puede articular toda una vida. Cuando la encuentras, ya no necesitas buscar, dejas de ir de acá para allá y te pones a cavar en un mismo sitio. Al cavar, profundizas y te vas alejando de la superficie o de lo superficial. Una pasión es un manantial que no se agota nunca, acompaña a lo largo de toda la existencia y ayuda a tener un propósito. La pasión, en fin, tiene algo de santo grial que conduce a la vida plena o al buen vivir. Muy bien. . Pero ¿cómo se hace para tener una pasión? Eso sí que es un misterio. Hay personas que viven sin llegar a descubrirlo nunca. Uno tiene un niño cerca y piensa: ojalá encuentre una pasión. No dice: ojalá aprenda una pasión. Porque las pasiones son hallazgos, no aprendizajes. Hay algo incomprensible en todo esto. Las pasiones aprendidas acaban, tarde o temprano, haciendo aguas, se nota que han sido implantadas desde fuera y carecen de la fuerza de lo que nace desde dentro: el hijo que hereda, a través de lo que ve, la pasión de su madre o de su padre, por ejemplo. Las pasiones de las que hablo, las que te atraviesan y no puedes no atenderlas, son una suerte con la que algunos seres se tropiezan. Ni en el colegio ni en el instituto ni en la universidad ni en la familia pueden enseñarse.