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Terminaba el mes de septiembre. Estábamos a las puertas del otoño. Una mañana recibí la llamada de un viejo conocido. Quería que tomáramos un café para contarme un asunto que le tenía muy preocupado. Quedé con él para el día siguiente.
Nos sentamos y después ... de los saludos de rigor y otras frases de cortesía, servidos ya los cafés, comenzó a relatarme. Se le notaba angustiado. «Me la mandan a Puente Viesgo», me espetó sin mayores rodeos. ¿Pero a quién mandan a Puente Viesgo?, le pregunté. «A mi madre», respondió.
La madre de mi amigo había obtenido un grado de Dependencia, lo que le daba derecho a solicitar uno de los recursos del Sistema de Atención a la Dependencia. La madre de mi amigo quería ingresar en una residencia. Sólo contaba con este hijo que, por razones que no vienen al caso, no podía atender a su madre, prestarle los cuidados que esta mujer requería.
De modo que, respetando la voluntad de su madre, este hombre realizó los trámites necesarios para solicitar una residencia en Santander. Su madre había vivido toda su vida en un barrio próximo al centro de la ciudad y, por tanto, deseaba continuar residiendo en las proximidades, en su entorno. Allí tenía a sus conocidas, a sus amigas, con las que salía alguna que otra tarde a tomar un café. En una residencia de la ciudad continuaría viviendo cerca de su hijo y de sus nietos, quienes solían visitarla con frecuencia.
Una mañana llamaron a la madre de mi amigo. Le anunciaron que ya disponían de una plaza concertada en una residencia. Había una vacante que le correspondía a esta señora. La alegría, rápidamente, se tornó en sorpresa, primero, y en un mayúsculo disgusto después. La plaza que le ofrecían a la madre de mi amigo estaba en Puente Viesgo, alejada de su ciudad, de los lugares en los que había pasado toda su vida. Alejada de sus familiares más queridos: su hijo, sus nietos... y de sus amigas, algunas de las cuales ya estaban viviendo en una residencia de Santander.
Pero lo peor llegó cuando a la madre de mi amigo le dijeron que no había otras opciones. Si no aceptaba la residencia que le imponían desde la Administración perdía el derecho al recurso que le correspondía por ley. No podía permanecer en ninguna lista esperando a que hubiera una plaza vacante en alguna residencia de la ciudad de Santander.
La indignación de mi amigo era patente. «No sé qué puedo hacer», me decía, desesperado. «No puedo llevar a mi madre a Puente Viesgo». Y no era por la incomodidad de desplazarse varios kilómetros para visitarla, que también, sino por el desarraigo que para su madre representaba irse a vivir tan lejos. Se va a sentir muy sola si acude a esa residencia. No va a ser feliz.
Afortunadamente pude tranquilizar a mi amigo. No te preocupes, le dije. En unos días el Gobierno del Partido Popular va a cambiar este sistema. El Gobierno, a través de la Consejería de Inclusión Social, va a permitir que las personas mayores puedan elegir libremente en qué residencia quieren vivir. Nuestros mayores, con derecho a una plaza concertada, van a poder decidir por ellos mismos en qué centro residencial quieren ingresar.
«¿Y si no hay plazas vacantes?», me preguntó. Pues si no hay plazas vacantes podrá inscribirse en la lista de espera de la residencia que ella elija y esperar hasta que se produzca una vacante, le contesté. Y, cuando surja la vacante en el centro residencial de su elección, podrá trasladarse a éste y el Gobierno continuará ayudándola para el pago del precio, en este caso, público, le expliqué.
Mi amigo terminó su café y marchó más tranquilo. Porque desde el pasado 2 de octubre, el Gobierno del Partido Popular, modificó el sistema de atribución de plazas residenciales que el PSOE había impuesto a principios de 2020. Un sistema que obligaba a las personas mayores a vivir en la residencia que la Administración elegía por ellos.
Hoy, podemos afirmar con satisfacción, que nuestros mayores han recuperado el derecho a la libertad de elección de centro residencial. La Consejería de Inclusión Social puso en marcha, desde aquel día, este nuevo sistema por el que las personas mayores pueden decidir libremente donde quieren residir. El Partido Popular ha restablecido un derecho por el que las personas dependientes que eligen vivir en una residencia nunca debieron perder.
Mi amigo me llamó hace un mes. Me contó que su madre forma parte de la lista de espera de una residencia en Santander. De una residencia que ella, libremente, ha elegido. Me hablaba satisfecho. Su madre tendría que esperar un tiempo, pero acabaría residiendo donde ella había elegido. Colgué el teléfono con la satisfacción que produce el convencimiento de haber tomado la decisión correcta y de haber corregido una anomalía a todas luces injusta.
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