¿Una nueva guerra fría?
La gran competencia es ahora entre Estados Unidos y China por la hegemonía científico-técnica
Mariano Aguirre
Viernes, 14 de julio 2023, 07:06
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Mariano Aguirre
Viernes, 14 de julio 2023, 07:06
La guerra en Ucrania y, especialmente, las tensiones entre Estados Unidos y China retrotraen a la Guerra Fría (1948-1991). Durante este período, la confrontación entre Washington y Moscú fue denominada 'fría' porque no se libró directamente, sino que fue desplazada a países del Sur. ... Más de medio centenar de excolonias que luchaban por su independencia quedaron atrapadas en la lucha 'caliente' de capitalismo contra comunismo.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. El enfrentamiento era entre la visión capitalista y la comunista de organizar la política, la economía y la vida de las personas. Actualmente la pugna es entre Estados Unidos y China, pero dentro del capitalismo.
Al comienzo de la Guerra Fría, Estados Unidos se hallaba en pleno ascenso de su poderío mientras que la URSS era una potencia con armas nucleares pero debilitada por el impacto de la Segunda Guerra Mundial. Europa estaba fracturada y dividida entre Este y Oeste, y dependía de la ayuda de Washington.
China, por su parte, era un país rural y aislado, controlado por un Partido Comunista disidente de Moscú. También contaba con armas nucleares, pero poseía limitada capacidad de influencia global.
La guerra de Ucrania puede crear la impresión errada de que la mayor confrontación actual es entre Estados Unidos y Europa, de un lado, y Rusia, por el otro. Pero este último país tiene un fuerte subdesarrollo tecnológico, y poca influencia global, excepto en la producción y venta de bienes primarios (petróleo, grano, fertilizantes) y armamento. Su fuerza está en las armas nucleares, pero usarlas sería suicida. Y sus intentos de controlar la zona de influencia que tenía la Unión Soviética se están frustrando.
La gran competencia ahora es entre China y Estados Unidos por la hegemonía científico-técnica, por los semiconductores o chips claves para el futuro de la medicina, las comunicaciones, gestión de sistemas complejos (por ejemplo, de centros urbanos o redes financieras), armas sofisticadas y mercados físicos y virtuales.
Tanto para sectores de la industria estadounidense como para Europa, esta lucha tecnológica es problemática. Estados Unidos trata de bloquear el acceso de ciertas tecnologías a Pekín, pero el comercio y las inversiones occidentales con y en China son gigantes. Cuando Washington propuso hace unos meses desacoplar la economía occidental de la china, sonaron alarmas en sectores empresariales a ambos lados del Atlántico. La Administración de Joe Biden cambió el discurso por «evitar riesgos». Por ejemplo, no exportar determinados componentes de sistemas de defensa.
La retórica militarista no coincide con estos intereses profundamente imbricados. En el mundo actual las relaciones económicas, comerciales y tecnológicas creadas por la glorificada globalización van a contramano de los que alientan a prepararse para una guerra con China.
En el sistema internacional actual, ni China ni Estados Unidos (ni Europa) tienen la capacidad de imponer totalmente su voluntad a otros. Una serie de potencias medias (India, Brasil, Sudáfrica, Indonesia, entre otras) quieren modificar el sistema financiero, la distribución de poder en la ONU y el alineamiento (contra Rusia y China) que Estados Unidos y algunos países europeos infructuosamente les exigen.
Una guerra entre potencias sería negativa para todos. Pero aun así, «mientras los líderes en Washington y en Pekín afirman querer evitar una nueva guerra fría», escribe Jessica Chen Weiss en 'Foreign Affairs', «sus países están comprometidos en una lucha global. Estados Unidos busca perpetuar su preeminencia y un sistema internacional que privilegia sus intereses y valores; China considera que el liderazgo de EE UU está debilitado por la hipocresía y la negligencia, lo que brinda una oportunidad para obligar a otros a aceptar su influencia y legitimidad. En ambos lados, hay un creciente fatalismo de que una crisis es inevitable y tal vez incluso necesaria».
Ese fatalismo se ve promovido por inercias militaristas, por relegar la diplomacia y abandonar el Derecho Internacional y por los intereses burocráticos y económicos de los Estados, de la industria militar y sus intermediarios. La situación actual difiere de la Guerra Fría: es más compleja, y los múltiples actores e intereses entrecruzados la hacen más peligrosa. Un terreno de incertidumbres.
Periodista y analista de política exterior
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