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Ya veo que no fui solo yo el que perdió los papeles cuando en el minuto 86' un chaval de Eibar de 27 años nos ... alegró la vida con el gol que le dio a España el Campeonato de Europa. Que sepa que también usted contribuyó a que los sismómetros captaran la celebración cuando todo el país retumbó de júbilo al escuchar el pitido final. Y sí, reconózcalo, también experimentó una transformación cuando estos chavales, por los que nadie, tampoco yo, apostaba al inicio del campeonato, nos acabaron dando la alegría del año. Daba igual lo demás, podía esperar todo. Era momento de disfrutar. En casa, en el trabajo, en el bar, en la plaza del pueblo... Llegaba el momento de la euforia. Y, claro, usted y yo pasamos desapercibidos entre tanta algarabía, pero estos críos que nos hicieron felices no tanto. La misma España que les vio jugar al fútbol de maravilla durante el campeonato también contemplaba cómo disfrutaron de las celebraciones posteriores como si no hubiese un mañana. Y ya sabe lo que suele pasar, que el día siguiente suele ser bastante duro a la hora de hacer balance. Lo mismo se te escapa lo de 'Gibraltar español', que pasas olímpicamente del presidente cuando te da la mano o le tiras un vaso a la que aguanta un cartel con un 'yo tampoco la meto'.
Y es entonces cuando pedimos equilibrio, mesura, respeto, pero te acuerdas cuando tú la has liado otras veces sin haber ganado ningún Europeo. Así que sigues con la fiesta como una «potra salvaje que en el oleaje no pierde el sentido». Y estás tan 'on fire' que ves el mundo de otra manera. Y en ese momento todo es de color de rosas, incluso España va bien, Cantabria también y en el mundo no hay malos, solo buena gente que tararea la canción del verano «porque el que canta su vida llena…». Pero, ya saben que la euforia es efímera y que el 'buenismo' dura lo que dura.
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Ana del Castillo
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