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Era algo muy extraño. No puedo describir con exactitud dónde me encontraba, solo que estaba subido en una especie de púlpito agitando los brazos y sin parar de hablar, aunque era indescifrable lo que decía. Hablaba y hablaba mientras contemplaba cómo debajo 35 personas flotaban ... en el vacío sin prestar la mínima atención a mis frases inconexas. Estaban a lo suyo. Mientras, seguía sacudiendo los brazos como muelles para ver si captaba su interés. Y ya no hablaba, vociferaba. Pero era en balde. Hasta que un periódico del día brotó de mis manos, que ya se movían sin criterio. En ese instante, los asistentes empezaron a prestar atención. Y seguí hablando, pero fue aún peor. De mi boca salían frases en las que acusaba a compañeros de profesión de manipular informaciones. Y ahora sí se me entendía. Era mi boca, pero no mi voz. Era una voz femenina que se refería a toboganes alpinos en parques de la naturaleza –diría que era Cabárceno– y a periódicos que «no reflejaban» la verdad. Y ahora sí recibía la ovación cerrada de esas 35 personas mientras esa voz no se cansaba de desprestigar al periodista. Intentaba explicar que todas las informaciones se habían contrastado, pero de mi boca solo salían frases hirientes hacia la profesión mientras agitaba con ganas el periódico. Y entraba en bucle. Volvía a arremeter contra los periodistas, pero esta vez era una voz masculina la que hablaba de «informaciones inadmisibles» sobre futuros proyectos urbanísticos en el litoral. No citaba el lugar concreto, pero desde el púlpito en el que seguía agitando los brazos se apreciaba nítidamente una espectacular imagen panorámica de Loredo. Intentaba defender a mi compañero, pero era en vano. Seguía poseído. Era mi boca, pero no era mi voz. ¡Qué pesadilla!
Son la siete y media. Despierto y sonrío. Hay que disfrutar del día. Mañana es lunes y hay pleno en el Parlamento. ¿Quién culpará al mensajero mañana?
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