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Se hacía llamar el marqués de la Machina; y aunque no era ni marqués ni nada, dominaba el arte de dejarse invitar en los restaurantes donde se deleitaba disfrutando de los mejores manjares, inclinándose especialmente por las ostras, las langostas y las cigalas.
Aburrido de ... ir siempre a los mismos sitios, decidió viajar con un amigo a conocer los restaurantes con estrella Michelín de España, convenciendo a sus chefs de que era el máximo accionista de una nueva revista culinaria para que le invitaran. Para que todo fuera más creíble, a las 13.00 horas iba al concesionario de coches más cercano al restaurante para interesarse por el más caro, pidiendo que se lo dejasen hasta las 16.00 horas para probarlo, a lo que el vendedor de turno siempre accedía.
En su peregrinar culinario él y su acompañante fueron a parar al restaurante de un cocinero vasco que se negó a invitarles, y el falso marqués, viendo que un buen amigo suyo empresario, con chapela vasca, estaba en la sala, no dudó en pedir el menú degustación, ante la cara congestionada de su acompañante, a punto de explotar.
-Señores, de primero, causa vasca, con gel de ají amarillo y pimientos.
-No me lo diga, seguro que lleva vinagreta de verduras, crujiente de patata y brotes de huacatay.
-Correcto, señor.
-Señores, de segundo, lubina con salsa vizcaína, cuscús y espinaca frita.
-No me lo diga, con humus de garbanzo y piquillo.
-Fabuloso, señor.
-Señores, y de final, brownie de chocolate, con fresas confitadas y helado de queso.
-No me lo diga, la decoración está hecha a base de chocolate negro y menta.
-Fenomenal, señor.
Todo estaba exquisito; pero su amigo, horrorizado con la factura que tendrían que pagar, cuando ambos no tenían dinero, era incapaz de acabarse los platos, pues se le hacía la bola y tenía que ir al servicio en cada momento.
Saboreado el café, el marqués de La Machina, pidió que llevaran a la mesa del empresario una botella de Dom Pérignon Vintage, a lo que el empresario respondió enviándole a su mesa otra, y así hasta seis botellas cada uno. La cara de su amigo era un poema pues tenía la idea fija de que saldrían escoltados por la Ertzaintza, en cuanto les llevaran la factura, una factura que nunca llegó porque el empresario vasco, se hizo cargo de la misma.
-No aprendes -dijo el falso marqués-. En vez de disfrutar del ágape, por el temor a no pagarlo, la has desaprovechado. ¿No ves que es vasco? Y que estando en su tierra, un vasco, siempre paga.
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