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Tengo un amigo que cada verano nos convoca por Whatsapp para comer un arroz en su casa. Pone una bombona en el jardín y las llamas de gas cocinan los ingredientes y amugan la mezcla con el caldo que ha cocinado durante horas a fuego ... lento. Si sumara lo que tarda mi amigo en hacer esos arroces desde que los proyecta, compra cada ingrediente tras varias visitas al Mercado de la Esperanza y emplata, te daría tiempo a ver una serie como 'Normal people', que narra en doce capítulos la relación entre un chico y una chica. ¿Y qué tiene de original este argumento? Lo mismo que el arroz: la lentitud. Como si pudiéramos ralentizar el tiempo, en la serie vemos cómo se van conociendo lentamente los protagonistas, cómo se hacen daño, cómo se fallan y se necesitan, cómo crecen, cómo se asientan. Y en ese hacerse poco a poco, es donde prospera el verdadero sabor de la historia.
No puedo evitar acordarme de mi amigo y su arroz cuando veo que la mejor paella del país se hace en un restaurante de Santander, en El Muelle del Barrio Pesquero, así que le mando un enlace a la noticia con la foto del cocinero Valentín González. No le conozco, pero cuando lo veo recogiendo el premio, algo me aprieta el gaznate como lo hizo 'Normal people'. Hay algo en los arroces de la bahía, escribo a mi amigo, y leo que el cocinero se había presentado en tres ocasiones (la primera, en 2019) al Concurso Internacional de Paella Valenciana, pero que siempre se iba de vacío. Me lo imagino entre esas derrotas vigilando a diario sus fogones, viendo cómo borbotea el caldo que da sabor a su paella, viendo cómo se enternecen las judías, los trozos de conejo, cómo alcanza la base de tomate la textura precisa sobre las llamas. Hasta que este año, al fin, su paella vence.
Pienso entonces en el arroz veraniego de mi amigo y creo que a eso sabe la victoria; a juntar a su gente, a reunirla sin prisa y que se mezcle como lo hacen los sabores, porque si quisiera simplemente un encuentro con su invitación, nos haría una hamburguesa con mucho queso fundido y bacon, tipo a las que se han servido estos días en La Magdalena, que se comen a toda pastilla como ciertas series. El arroz de mi amigo, en cambio, requiere de tanta lentitud para su preparación como para su disfrute que ya estoy salivando aunque falte un año. Quizá el premio sea precisamente ese.
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