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Entre el abandono más absoluto y el elogio a nuestra actividad industrial, y entre ambos extremos, la grandilocuente bahía no alcanza a ser el emblema estético que más llama la atención en esa zona donde los camiones, los talleres y los viveros son el escenario ... de una actividad económica que sube y baja como la marea. Un largo tren abandonado circunda el nuevo nudo del acceso por la S-10 como la piel mudada de una serpiente, pero no está la serpiente. Y esa bahía que luce el pantalán de Calatrava como diadema deja a la vista frente a las naves de Raos un gran barco de pesca hundido, tan viejo y oxidado que dan ganas de llamarlo pecio, pero solo es un viejo barco clavado en el fango entre pequeños botes amarrados a boyas que hace tiempo perdieron su llamativo color. Es un fantasma cascado, como las fotos del Titanic en miniatura solo que a simple vista cuando la marea está baja.
El abandono puede ser hermoso, el tren lo es, el barco también: asoma lo que fuimos, y lo que no usamos nos recuerda que dejaremos de usar también lo que ahora nos resulta tan útil. ¿Qué decir si no del cementerio de hormigón y metales que es hoy Sniace? Ante el desguace de la antigua fábrica cabe preguntarse qué hacemos con todo el patrimonio industrial que nos precede. Los chatarreros y las máquinas arrancan estos días a bocados lo que queda en pie del complejo de Torrelavega. La esperanza está en lo que brotará bajo lo que ahora solo son escombros, porque sobre un suelo que aún no se sabe el grado de contaminación que tiene, emergerá una fábrica de hidrógeno verde y derivados. El futuro ya es presente, y el Besaya merece y demanda volver a ser el fuelle industrial de una región demasiado pequeña como para tener opciones de quedarse mirando los restos de lo que fue, aunque con ello perdamos parte de nuestras raíces.
La memoria no está solo en las obras de arte y los capiteles, en los altares y las fotografías, la memoria de Cantabria también está en el patrimonio industrial que se erige por nuestros valles como guerreros de terracota sin glamour, orgullosas chimeneas de ladrillo rojo que representan la memoria de generaciones de trabajadores que sacaron adelante a su familia y a la región vestidos con buzo, ocupando oficinas, conduciendo camiones. El futuro ha de decir adiós al complejo abandonado de Sniace, pero la marea bajará algún día, y veremos lo que dejamos atrás, sin olvidar lo que fue, lo que sacó a flote.
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