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Parecía un mantel tendido; parecía el telón para un teatro de día; parecía un pañuelo gigante que ocultara un truco de magia; parecía una improvisación azul que daba movimiento a la pared estática de un edificio, como si el muro que está pegado a la ... Escuela de Náutica Pesquera, en Santander, tuviera un efecto Doppler. Antes de pintarlo, era un muro ciego, vago, soso en mitad del paseo hacia Los Peligros. Después, solo tenías que pararte ante él para darte cuenta de que ese muro era de todo menos algo etiquetable; te podía gustar o no la obra que hizo el artista leonés Daniel Verbis, allá en 2014, con motivo del Mundial de Vela, podías comprender el efecto que buscaba al recrear esas lajas azules, pero si había algo que cualquiera era capaz de reconocer era la cualidad única que tenía desde entonces ese muro: pasó de ser invisible a contener una intención, y esa intención nos pertenecía a todos los que lo mirábamos. Al mirarlo, respondíamos a su presencia: pero ahora, ¿a qué respondemos si tiene un grafiti pintado encima?
Llevo un tiempo preguntándome qué se le pasó por la cabeza a la persona o las personas que, espray en mano, pusieron su nombre sobre un mural que ya tenía un nombre propio: 'Lo que el viento oculta'. La libertad de expresión es siempre de dos direcciones, aunque a algunos se les olvide. Ahora, las letras grafiteras de esa pintada centelleante y bravucona tapan la mitad de la obra de Verbis como si impusieran su identidad artística a la que estaba antes. A ver quién grita más, parecen decir las letras, porque son letras, pero qué poco dicen. Después de tantos años de Desvelarte, el festival que ha regado la ciudad de colosales intervenciones, nos sigue faltando ese punto de ensoñación para ver en la creación ajena la posibilidad de la creación propia, la pura inspiración que supone mirar.
Los grafitis siempre se han movido entre la rebeldía y el vandalismo, y a falta de más paredes donde realizar esta expresión callejera, los vagones, las naves abandonadas o los puentes en las autovías suelen ser lienzos para este tipo de creaciones, y digo lienzos por no decir borradores, porque a manejar los aerosoles se aprende, pero a respetar la creación ajena, también. ¿Acaso a alguien se le ocurriría pintar sobre las figuras creadas por Pejac en las fachadas de los edificios de Valdecilla en homenaje a los sanitarios de la pandemia? El arte callejero muchas veces es efímero, pero la voluntad de imponer tu punto de vista al de los demás no es arte, es caciquismo.
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