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Nunca he escuchado la berrea. Al parecer, es un espectáculo soberbio. Anda que no pagamos por ver cosas con decibelios del estilo, como lo que sucede por ejemplo en un estadio de fútbol, o en un auditorio de música. Sin embargo, hay algo en la ... naturaleza que, siendo salvaje y ruidosa, nos atrae de forma distinta. Mi padre ha ido esta semana a escuchar la berrea. Mi amigo Marco lleva años programando sus vacaciones para hacerlo. Y no me extraña que cada vez más personas se apunten a las excursiones que entidades como Naturea ofrecen para subir por los valles del Saja, monte arriba, y colocarse en lugares estratégicos donde no son vistos para escuchar de lejos a los ciervos, imponentes y majestuosos, insólitas estampas de vida pura, berrando en busca de placer, de la reproducción, de la supervivencia a fin de cuentas. Qué lujo.
Cuando alguien me cuenta que ha escuchado la berrea, siempre me pregunto qué nos separa de asistir a semejantes hitos. ¿Cuándo fue la última vez que se adentraron en un bosque? ¿Qué excusas ponen –o tienen– cuando alguien les propone hacer una excursión que requiere cambiarse la ropa habitual y buscar un calzado en ese armario de casa que nunca se abre? Ahora que es tiempo de escuchar esa sinfonía gutural de los ciervos, porque dura hasta mediados de octubre, me pregunto qué ganará, si nuestra desidia a la hora de calzarnos unas chirucas o nuestro afán por consumir lo que se pone de moda. Porque esto es así, que se lo digan si no a las cortezas de las secuoyas de Cabezón.
Después de la pandemia, notamos cómo los caminos se llenaron de nuevos deportistas y paseantes. Tras ellos, llegó el exceso. Se imaginan que se hace viral este sonido y que lejos de subir donde y cuando deben, en vez de colocarse lejos, con prismáticos y en silencio absoluto, los montes se llenen de pantallas que alumbran la oscuridad en la que sucede la berrea para grabar los sonidos y que los ciervos entonces se callen, claro, asustados porque una especie de estrellas los apuntan mientras huele a bocadillo o al glutamato de unas Ruffles Jamón. Supongo que eso también nos separa de disfrutar de semejantes hitos: nuestra equívoca noción de tener derecho a todo en cualquier sitio y momento, incluso con chirucas.
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