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Hace mucho que no mantengo la incómoda conversación sobre el precio de los libros, supongo que porque mis interlocutores ahora se cortan más porque saben que es parte de mi sustento. Está feo preguntar cuánto se gana, tiene algo de tema tabú como la religión ... o la política en algunas familias. Pero hablar del precio del libro, en cambio, no resulta tan mojigato, al contrario. Entonces discutía a menudo de ello ante ofendidos que bramaban por pagar veinte euros por un ejemplar: los de tapa dura y chorrocientas páginas cuestan incluso más, les decía, pero esos, al ser grandes y abultar, parece que se quedaban fuera de lo indigno. Los hirientes eran los finos, como si se cobraran al peso. Tantas veces usé el ejemplo de que esos veinte euros es lo que se paga por un chuletón para diferenciar el valor del precio, que al final le he cogido manía a los platos de carne vuelta y vuelta y siempre pido algo distinto en los restaurantes.
Ante la estéril tesitura de intentar convencer a algunos de si es poco o mucho lo que cuesta un libro, me pregunto qué pensarían sobre la cuantía de la multa de 350 euros que le han puesto a la pareja que metió su coche en la playa de Oyambre allá por el mes de mayo. Los dos ocupantes habían estado haciendo trompos por la arena, y cuando el vehículo se quedó atrapado en la orilla, se fueron a un chiringuito a tomar algo. Los bomberos del 112 arreglaron (una vez más) el desaguisado. Esta semana hemos sabido que a los liantes les ha caído esa multa, ¿350 euros es mucho o poco? No sé si cuesta más una trastada o una imprudencia, pero esta multa, que tiene algo de colleja, es una línea difusa entre el valor y el precio.
Si miramos, por ejemplo, lo que vale un rescate en una cueva se entiende que hayan subido exponencialmente el número de llamadas avisando de que se va a hacer espeleología, porque, de no hacerlo, además de jugarse la vida, se juegan el bolsillo. Ante la dificultad de trazar esa línea que separa el valor y el precio, siempre recurro al mismo ejemplo; el día que le pregunté a una amiga cuánto cuesta ahora una cajetilla de tabaco después de llevar quince años sin fumar. Cinco euros, me dijo indignada, es carísimo. ¿Solo cinco euros?, le respondí ofendida. Y bramando, claro.
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