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Hace mucho que no mantengo la incómoda conversación sobre el precio de los libros, supongo que porque mis interlocutores ahora se cortan más porque saben que es parte de mi sustento. Está feo preguntar cuánto se gana, tiene algo de tema tabú como la religión ... o la política en algunas familias. Pero hablar del precio del libro, en cambio, no resulta tan mojigato, al contrario. Entonces discutía a menudo de ello ante ofendidos que bramaban por pagar veinte euros por un ejemplar: los de tapa dura y chorrocientas páginas cuestan incluso más, les decía, pero esos, al ser grandes y abultar, parece que se quedaban fuera de lo indigno. Los hirientes eran los finos, como si se cobraran al peso. Tantas veces usé el ejemplo de que esos veinte euros es lo que se paga por un chuletón para diferenciar el valor del precio, que al final le he cogido manía a los platos de carne vuelta y vuelta y siempre pido algo distinto en los restaurantes.

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