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No sabría decir si da más miedo el sonido del viento atizando las ventanas o el nombre que le damos a los fenómenos atmosféricos que generan el tiempo de estos días. Son como invasiones de lluvia, olas y ramas enloquecidas, y no sabes si salir ... con paraguas o dejar que el viento te quite el agua de encima a tortazos. Es así cada enero, cada febrero; es así cada invierno, en realidad, y sin embargo, no deja de ser un recordatorio de lo cerca que estamos del azar, de que algo de repente se tuerza y te afecte, te implique, te moje, te deje en tierra, te deje sin luz, te arranque el tejado. Porque si algo nos advierte, por ejemplo, este último golpetazo de mar que ha llenado El Sardinero 'solo' de arena es que alguna vez estuvimos a su merced, y en cualquier momento puede volver a pasar.
¿De qué manera se asoman a la información sobre el tiempo que hace? ¿Con condescendencia o con precaución? Acaba de pasar Herminia, que uno podría pensar en el personaje de una serie de televisión de época, pero ha sido una borrasca que ha puesto la costa cántabra en alerta roja. Ahora llega otra borrasca, y siguiendo el orden alfabético, la han llamado Ivo. La siguiente empezará por 'J' y me pregunto qué nombre le pondrán: a mí se me ocurren varios nombres con esa letra, sobre todo cuando pienso que hoy viene mi familia en avión y puede haber una ventolera esperando entre las nubes para evitar que aterricen.
Es curioso cómo nos hemos acostumbrado a hablar de los fenómenos atmosféricos, de sus alertas y avisos: se llama conocimiento, aunque algunos lo llamen exageración. ¿Se acuerdan cuando aprendimos a decir ciclogénesis explosiva? Era enrevesado, sí, lo justo para advertirnos de que detrás de semejante nombre, detrás del vendaval y la nieve lógicas de enero, detrás de las previsiones publicadas en este periódico con la hora exacta de la pleamar para que no se acerquen a la costa a hacerse fotos, no deja de haber un escudo de protección. A pesar de lo vivido en la desgracia valenciana, aún hay quien piensa que los avisos son una exageración, y esto es lo que en realidad me da miedo: no los nombres de las borrascas o el viento atizando las ventanas, sino a los que no creen en la ciencia, pero sí en la fábula de Pedro y el lobo.
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