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Al salir del cine, decidimos hacer un recado de esos de entrar y salir, pero algo trastocó nuestros planes cuando accedimos al centro comercial: es como si hubiera arenas movedizas, algo en las luces que te succiona y empiezas a pensar en cuántas cosas te ... hacen faltan en casa, en realidad, piensas en lo que te podría faltar para evitar otro recado rápido el día de mañana que te vuelva a llevar al centro comercial y correr el riesgo de caer de nuevo en ese estado que te hace salivar como si estuvieras ante una golosina sin tener hambre. A sabiendas de que el recado se alargaría, entramos prometiéndonos que iríamos a tiro hecho, pero con lo que no contábamos era con que el tiempo elástico que sucede en los centros comerciales nos iba a demostrar que vivimos en un agujero negro mucho más grande. En pantalones cortos y camiseta, vemos que en la plaza central están montando varios árboles de Navidad. «¿Pero si aún no hemos celebrado Halloween?».
Han pasado dos semanas desde que mi hijo soltó alucinado esa frase; aún no lleva reloj en la muñeca, pero en aquel momento su voz sonó como si se lo hubieran robado. En estas dos semanas, las estructuras de los árboles de Navidad han trepado también en una rotonda y una acera de Santander, también hemos cambiado la hora y nos falta luz a los días, y sí, llega Halloween, pero con una sensación de mazapán en la cara. En el truco o trato de este año lo mismo metemos las uvas, total, así faltará menos para que sus Majestades de Oriente peguen el ticket regalo en las bolsas que se usarán a su vez en las rebajas que empiezan justo a continuación de la vuelta al cole. «¿Pero si aún no hemos tenido las vacaciones?», supongo que me dirá mi hijo mientras disfruta de la semana no lectiva aún en pantalón corto, porque también el tiempo atmosférico está desapareciendo ante nuestras narices.
Me pregunto por qué no nos agarramos a la lentitud de una cola, a la lentitud de una sala de espera en Urgencias, la de una parada de autobús con huelga de conductores, la lentitud de un embarazo de riesgo, la del propio crecimiento de un hijo. De pronto ese hijo te saca una cabeza. Y de pronto es verano. Y las chanclas vuelven a sonar en la oficina mientras tú sigues pensando dónde guardaste las calabazas de plástico porque hoy las necesitas.
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