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A media mañana, por la carretera de Monte apenas pasan coches. Varias grúas se levantan a lo lejos, pero lo que queda a la vista ... es un solar donde antes había una nave industrial abandonada. A todos nos sucede que cuando desaparece un espacio que siempre había estado ahí, de pronto las dimensiones adquieren otro sentido; por ejemplo, al retirar un mueble viejo de casa, cuando talan un árbol, cuando desaparece un edificio porque está en riesgo de colapso. En Monte han tirado una nave, y mientras los camiones entran y salen cargados de escombros y haciendo desaparecer lo que un día era sólido, aparece de pronto un sonido nuevo: el rumor del pueblo que era. Al menos esa mañana.
La nave tenía de vecinas varias casas unifamiliares. Una de ellas ha quedado a la vista, más expuesta que antes, y en mitad del prado veo a un hombre mayor. Sostiene un dalle. Ante él, el prado está alto, la hierba cortada que hay bajo sus pies tiene otra tonalidad de verde. Las máquinas emiten sus pitidos mientras amontonan piedras, ordenan los metales, mientras otra obra urbana que hay cerca contribuye a aumentar la sinfonía de motores. Sin esperar ninguna señal, el hombre levanta el dalle que sostiene con las manos y lo empieza a mover girando la cintura de izquierda a derecha. Y es así cuando empieza el silbido. La hoja de metal roza a una distancia precisa el suelo para cercenar todas las hierbas a la misma altura y es eso, un silbido muy parecido al de pasar páginas, lo que se transforma en una música, si la música pudiera respirar. Huele a hierba cortada, húmeda.
El hombre mantiene la misma cadencia y el movimiento es rítmico, y por supuesto que es hipnótico. Tanto que me quedo mirando, consciente de que estoy asistiendo a algo que era convencional, tan común y ordinario que nunca le presté atención; algo tan agotador que enseguida aplaudimos las cortacésped a motor o esos robots automáticos que salen autónomos con su zumbido eléctrico por el prado hasta dejarlo mullido como una alfombra. Los sonidos de las máquinas se han comido el paisaje que habitamos, pero el baile del dalle sobrevive. Quise grabarlo, pero dejé al hombre tranquilo, por eso lo escribo, para que lo puedan escuchar al leer esto.
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