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¿Recuerdan la historia de la cámara de fotos perdida en La Picota? La publiqué hace una semana en este mismo espacio y contaba cómo mi padre había encontrado una compacta de carrete el último día del año. A falta de más señas, escribí ... un artículo en estas páginas con la esperanza de que el propietario o propietaria lo leyera y supiera que la teníamos nosotros. Aquella columna fue como echar una botella al mar, porque eso es lo que sucede cuando publicamos, que lanzamos un mensaje y damos por sentado que la marea lo llevará hasta su puerta. ¿Es así, nos leen? El pasado jueves, a media mañana, una chica llamó al periódico, se identificó como la dueña de la cámara y preguntó por mí.
Si algo he aprendido esta semana es que esa marea a la que aludo no es algo metafórico. Un periódico nos da noticias, pero mientras informa, hace algo aún más importante y que la historia de la cámara ha evidenciado: un periódico nos vincula, nos une en el tiempo y el espacio que compartimos porque en sus páginas suceden las cosas que nos pasan a todos, y aunque no seamos protagonistas de las noticias que se cuentan, nos interpelan como el aire, como el 'hablar cantarina', como el paisaje. Por eso, el día que conté que teníamos la cámara y el periódico llegó a los quioscos por la mañana, Cantabria se asomó un día más a su reflejo, y alguien lo leyó y alguien avisó y se compartió el artículo y empezaron las llamadas y los avisos por redes sociales y, por fin, el hallazgo.
No era una cámara cualquiera. Para su dueña, la Fuji de carrete era un regalo y la usa desde hace tiempo como diario personal: cada día se hace una foto con ella y al terminar el carrete, acude a una tienda a revelarlo. En ese proceso tradicional, con la lentitud de los tiempos, hay una declaración de intenciones por tomar conciencia de lo vivido; en su caso para superar un proceso tras una operación que requiere de ese tiempo y calma y del cuidado de sus amigos, que son quienes le regalaron la Fuji. El pasado viernes, mi padre y ella se encontraron en la Plaza de Pombo. Ella le llevó una caja de bombones. Él, la cámara. Y yo les hice una foto, la número 17 de ese carrete. Habían acudido a la Policía, a objetos perdidos, habían empezado a buscar en Wallapop pensando que alguien sería capaz de revenderla. «Pero aún quedan buenas personas», dijo al despedirse. Y también un periódico donde contarlo.
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