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No hay nada de malo en confesar que esta semana hemos tenido que buscar quiénes son los hutíes y su implicación en el mar Rojo; que hemos intentado comprender los bandos en los que se alinean países que ocupan la agenda internacional viendo imágenes equiparables ... a otros conflictos: hombres enfurecidos, arena de fondo, bocas tan abiertas que a alguno se le ve el tabaco mascado, armas en alto. Tenemos de Oriente Próximo una imagen fija, pero de todas esas imágenes, este fin de semana descubrí una distinta: entre la multitud de milicianos, hay en primer término un niño de unos diez años que observa a un hombre que chilla a su lado. El niño le mira con extrañeza y admiración, como miran los niños a los adultos cuando hacemos cosas inexplicables. Y su mirada está cargada de inocencia. Me pregunto cuánto tiempo tardará en adoptar el gesto del hombre al que mira, si será el mismo tiempo que nos ha llevado a nosotros saber quiénes son los hutíes y cómo es posible que hayan conseguido movilizar al mismísimo ejército de los Estados Unidos, si hasta hace nada eran una banda desorganizada que apretaba las tuercas al Gobierno de Yemen.
Tras la resolución de Naciones Unidas, la narrativa estética del conflicto han sido explosiones nocturnas, camiones llenos de hombres con rifles apuntando al cielo que los inspira, rebeldes armados ante micrófonos, pero yo sigo pensando en el niño que mira al hombre que chilla de la foto, en si algún día será capaz de entender la repercusión que tiene que Occidente se moje los pies en las costas de Yemen o si aprenderá a chillar antes, porque somos animales que aprendemos por imitación; me pregunto si ya sabrá que entre el 12 y el 15% de las mercancías que se mueven por el mundo pasa por la ruta del mar Rojo, que eludir esa ruta supone alargar hasta dos semanas la travesía o frenar el comercio, y lo mucho que le importa al hombre que chilla porque con eso han tocado nuestra línea de flotación.
El hombre que chilla lo sabe. Y nosotros ahora también. Pero en octubre no corrimos a buscar información en los medios ni en Google de quiénes eran los hutíes cuando estalló la guerra entre Israel y Hamás y dijeron que atacarían a cualquier barco «en protesta por la matanza, la destrucción y el sitio en Gaza». ¿Qué pensará de esta excusa el niño de la foto? ¿Y nosotros? ¿Somos capaces de entender la repercusión de defender que se cumplan los derechos humanos en Gaza y, a la vez, que las rutas sigan siendo seguras mientras Israel mantiene la guerra que atenta contra esos derechos? Me pregunto si esa es nuestra excusa o la inocencia de nuestra mirada, si acaso.
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