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Era una comba. Era una peonza, un trompo. Era una pelota de fútbol. Era una tijera que había que clavar en el barro blandito con unos rectángulos marcados sobre los que pasar a la pata coja como una rayuela. Era una rayuela. Era una goma ... que se colocaba a la altura de los tobillos, las rodillas, la cadera, la cintura y las axilas, luego el cuello, el brazo en alto, y saltarlas, o bailar anudando las piernas en la goma con un baile. Era cocinar con piedras y hojas y eucaliptos. Era el 'balontiro' en el que por equipos debías esquivar los balones que venían de uno y otro lado hasta que no quedaba nadie o se salvaba el último. Era el polis y cacos. Era el escondite en el que alguien buscaba, y te ocultabas viéndolo venir hasta tocar la pared y salvarte por ti y por todos tus compañeros y por ti el primero. Era el baloncesto. Era patinar. Era la chula. Era hacer el pino y la voltereta lateral. Era el garbancito. Era la cadeneta para coger de la mano al de al lado y sentir por primera vez el roce físico de una piel, el valor del tacto en ese primer tacto. Era el futbolín con empuñaduras de madera y jugadores de metal. Era la rana y sus bocas de metal abiertas. Era las chapas y el circuito a tiza sobre una pista de hormigón en la que derrapaban las uñas al golpear las caras de los ciclistas incrustadas dentro (Pantani, Indurain, Perico). Era la güija. Era la colección de Panini. Era la construcción de casetas. Era el palo como pistola. Era la invención. Era la suspicacia de las primeras Nintendo y Game Boy. Era prohibir las pelis de dos rombos que tus padres veían. Era prohibir lo que provocaba brechas. Era prohibir el tabaco aunque fumaran en casa. Y nuestra era, qué es. Es la del juego también, la de prohibir los teléfonos móviles en las aulas, mientras los adultos no los sueltan ni en el baño. Era una comba. Era una peonza. Era otra era, pero educar sigue en manos del ejemplo.
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