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Nuestra historia, por desgracia, discurre últimamente de la mano del fuego. Después de la muerte de dos vecinos de la calle Juan de la Cosa, ... con los huesos todavía temblando por la explosión de La Albericia, desde hace varias semanas convivimos con las imágenes que desde Los Ángeles nos recuerdan que el fuego forma parte ya de nuestro paisaje, lo queramos o no. Lo que arde siempre tiene la cualidad de recordarnos que nada es imperecedero, que hay que cuidarlo, que lo que hoy está, mañana de un chispazo desaparece. Y aun así, el flamante nuevo líder del mundo capitalista se las ha apañado para sacar a Estados Unidos del acuerdo de París sobre el clima porque, total, lo del cambio climático según él es un puñetero bulo.
La actualidad es perversa cuando hace coincidir en una misma edición la desgracia de Paco y Pilar con el nombramiento como presidente de un ser al que han votado millones de personas a pesar de traer el odio como emblema, el vilipendio de las instituciones como pose y el nacionalismo extremo como forma de gobierno. Trump es incendiario: lo que dice, sus poses, sus actitudes de matón rodeado de niños ricos que manejan la opinión pública desde sus empresas tecnológicas, mientras los medios tradicionales hacen su trabajo temiendo que en cualquier momento arda también la verdad.
Me pregunto qué hacemos con todo ese humo los que no vivimos en Washington o Los Ángeles, sino aquí, en una ciudad como Santander, o en Maliaño, o en Sarón, Reinosa o Torrelavega, donde también hubo un susto hace unos días por un incendio en una casa, ¿qué hacemos con la realidad cotidiana, con las personas mayores que viven en áticos, con los accidentes fortuitos? ¿Qué hacemos cuando vemos que las llamas que se levantan al otro lado del mundo son más altas que el mundo mismo? ¿Cómo apagamos esto? ¿Cómo ponemos a salvo nuestros colchones de los accidentes que están por venir si seguimos ahorrando donde no se debe? Leo que en Los Ángeles, a la tenista Pam Shriver, una de las mejores doblistas de la historia, le han robado los trofeos cuando la desalojaron de su casa y se los llevó en su coche por si acaso su hogar era pasto de las llamas. Siempre hay miserables que se aprovechan del fuego, y luego están los que lo avivan.
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