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Deberíamos de estar acostumbrados, pero el ruido que hace el viento en febrero trae consigo una advertencia. Tienes que vivir en esta región, y sobre todo en Santander, para saber que cuando las ventanas de tu habitación crujen es porque hubo un día en el ... que toda la ciudad se resquebrajó, porque el viento, cuando sopla con histeria, remueve no solo árboles o cornisas sino la capa de memoria que protege las cenizas del incendio de 1941. El vendaval que hemos soportado esta semana se empeña en recordarnos que nada es tan sólido como creemos, por eso, cuando la velocidad del viento es noticia, es posible ver nuestra ciudad de otra manera; quizá nueva, o enrevesada en sus colores, con paraguas doblados y tendales torcidos, con dolores de cabeza y una sensación imprecisa de trastorno como si en vez de Santander estuviéramos en Kansas, transportados a otro espacio y tiempo, quizá en Oz.
Hoy, como cada 15 de febrero, deberíamos de mirar la ciudad a los ojos, leer bien sus portales y fachadas como si fueran el recuerdo de un milagro. Han pasado 83 años del desastre, pero las rachas huracanadas de aquel día cambiaron la historia y parte de nuestra memoria al quemar nuestras raíces urbanas. ¿Temen el viento, sus estragos, qué sienten al notar su embiste? Esta semana el 112 ha recibido decenas de incidencias, se han anulado vuelos y centenares de pasajeros se han quedado tirados en el Seve Ballesteros, y mientras otros tantos vuelos han sido desviados en el cielo a lugares más seguros, pienso en cómo habría sido nuestra ciudad si no hubiera ardido tal día como hoy. Me imagino la frustración de los pasajeros que han visto desde el avión cómo se acercaban a Cantabria y las alas han virado entre sacudidas, pero no logro imaginar lo que debe de sentir quien ve arder su hogar con su memoria dentro.
Aquel día la mitad de la ciudad desapareció y hoy la sustituyen edificios que crujen igual que entonces cuando sopla un viento que provoca la locura en la bahía, una espuma enloquecida que graban los móviles. Es febrero, miren la luz de Kansas, lo que nos advierten los cuentos que a veces son reales.
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