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A simple vista, la mesa está puesta con tanto detalle que casi puedes oler el asado, a pesar de ser un dibujo en blanco y negro como todas las viñetas que publica The New Yorker. La revista informa también con ilustraciones, como hace este periódico ... en sus páginas donde mezcla textos y fotografías con viñetas que se leen como un palíndromo infinito; ¿quién dice que solo con palabras puedes reflexionar, por ejemplo, sobre el delicado estado en que se encuentra nuestra convivencia? Porque este dibujo en cuestión lo hace. En el mantel hay servilletas, vasos, cubiertos, la mantequilla aún es un bloque rectangular y hay fuentes rebosantes de comida. En el centro de la mesa se ve un gran pavo y alrededor una familia a punto de celebrar su festividad de Acción de Gracias. Sin embargo, ahora que llega nuestra gran fiesta, les quiero felicitar la Navidad con esta postal por un detalle que contiene.
En el dibujo, una mujer mayor está de pie en la cabecera de la mesa. Tres adultos y dos niños aguardan sin mirarse, con un gesto ambiguo entre tristeza o hartazgo. La única que sonríe es la anfitriona, que con una fuente en la mano está a punto de servirles. En ese instante está mirando al comensal sentado a su izquierda; el hombre lleva una gorra roja en la cabeza, un color rechinante, disruptivo, y la frase que le dirige parece un pedestal bajo el dibujo, 'No hats at the table' ('Sin gorras en la mesa'), y la benevolencia de su gesto es lo que vuelve maravillosamente lúcido el dibujo.
Porque ante todas las viandas con sus texturas cuidadosamente cocinadas, lo que menos importa es que fuera roja (icono de Trump en las elecciones) o azul o morada, sino el respeto colectivo a la norma de estar en la mesa con la cabeza descubierta. Hay algo en esa mujer que la convierte en el epítome de la convivencia, y dado que estos días las anfitrionas y los anfitriones son el líquido amniótico donde aún flotamos como familias, estaría bien hacerle caso. Pienso en lo que tuvieron que tragar, y su advertencia representa la educación como la mejor de las políticas; necesito pensar que hay algo que nos une por encima del hartazgo partidista, aunque sean esas normas estéticas que nos enseñaban como una formalidad inocua. Quizá esa es la clave en estas fiestas, recordar que una mesa no es un lugar donde puedas poner los codos o insultar con la boca llena porque eres libre, ni el espacio donde estás en tu derecho de no usar la servilleta o servir vino hasta el borde como si fuera agua porque no eres víctima de lo 'woke'. Ahora que ser civilizado está reñido con ser equidistante, me quito el sombrero ante las anfitrionas que nos enseñaron a brindar, a pesar de todo.
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