Secciones
Servicios
Destacamos
Esa oscuridad dentro de una cueva debería de tener otro nombre, oscuridad es lo que hay por la noche en una calle sin luces, en una habitación con las persianas echadas, oscuridad es ver lo oscuro porque cierta claridad te lo permite. Por eso, lo ... que sucede dentro de una cueva cuando se apagan los frontales o el tendido eléctrico que se habilita para las visitas no puede llamarse oscuridad. Es otra cosa. Una sustancia viscosa que te engulle. Una presencia negra, sí, y pavorosa. Salimos de las cuevas hace miles de años para habitar afuera, en casas con ventanas lo más grandes posibles, ¿por qué entonces algo nos sigue empujando a adentrarnos tierra adentro? Llámalo instinto, llámalo deporte, llámalo buscar una belleza ignota, pero el caso es que nos adentramos en ellas ya sea para ver pinturas rupestres que te ponen los pelos de punta, o para saciarte con las formas geológicas que el tiempo y el agua son capaces de crear como estalactitas marcianas. Es lo que pasa si entras en el Monte Castillo o en El Soplao, que alucinas al recorrer sus pasillos lisos y alumbrados. Pero en los espacios no asfaltados, ¿qué sienten los espeleólogos que se arrastran por las tripas de las montañas para sentir el latido de la tierra sin apenas luces? ¿Será eso lo que les hace adentrarse ahí de donde es posible no regresar?
En Soba, este pasado fin de semana, las cámaras de todo el país se asomaron a la superficie visible de nuestro paraíso subterráneo. Entre la negligencia o el accidente, aguantamos la respiración hasta que hubo final feliz. La cueva de Garmaciega-Sima del Sombrero provocó que el Telediario de TVE-1 abriera con una buena noticia y que las cabeceras digitales de muchos periódicos pusieran un urgente advirtiendo de que los dos espeleólogos perdidos en Cantabria habían sido encontrados con vida. Las sonrisas de los equipos de rescate en prime time son como los acordes de las primeras verbenas del verano. Pasaron 40 horas bajo tierra, pero sobrevivieron porque sabían lo que tenían que hacer (quedarse quietos en un sitio seco, taparse e hidratarse) y los servicios de rescate, que son los ángeles de la guarda a los que rezan hasta los ateos, hicieron el resto. Desde entonces me pregunto si después de una experiencia como esta los deportistas se atreverán a volver a entrar en una cueva, ¿ustedes lo harían?
Me pregunto qué nos hace ir más allá de nuestros límites, de volver a exponernos a lo que nos daña o nos ha hecho fracasar, qué nos hace buscar la fracción de segundo donde todo puede romperse o alucinarnos con lo que vemos, qué tipo de aceleración sensorial precisamos para jugárnosla en busca de ese estímulo, aunque sea con todas las medidas de seguridad, como los espeleólogos o los escaladores o los rescatadores que los sacaron con vida. Fue la curiosidad la que nos sacó de las cuevas, el inmovilismo de hoy en día es el que debería de darnos pavor.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.