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Opinión

Miedo a la curiosidad

Marta San Miguel

Santander

Jueves, 27 de junio 2024, 07:00

Esa oscuridad dentro de una cueva debería de tener otro nombre, oscuridad es lo que hay por la noche en una calle sin luces, en una habitación con las persianas echadas, oscuridad es ver lo oscuro porque cierta claridad te lo permite. Por eso, lo ... que sucede dentro de una cueva cuando se apagan los frontales o el tendido eléctrico que se habilita para las visitas no puede llamarse oscuridad. Es otra cosa. Una sustancia viscosa que te engulle. Una presencia negra, sí, y pavorosa. Salimos de las cuevas hace miles de años para habitar afuera, en casas con ventanas lo más grandes posibles, ¿por qué entonces algo nos sigue empujando a adentrarnos tierra adentro? Llámalo instinto, llámalo deporte, llámalo buscar una belleza ignota, pero el caso es que nos adentramos en ellas ya sea para ver pinturas rupestres que te ponen los pelos de punta, o para saciarte con las formas geológicas que el tiempo y el agua son capaces de crear como estalactitas marcianas. Es lo que pasa si entras en el Monte Castillo o en El Soplao, que alucinas al recorrer sus pasillos lisos y alumbrados. Pero en los espacios no asfaltados, ¿qué sienten los espeleólogos que se arrastran por las tripas de las montañas para sentir el latido de la tierra sin apenas luces? ¿Será eso lo que les hace adentrarse ahí de donde es posible no regresar?

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