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Llegó a media tarde, haciendo el mismo sonido que hacen en el móvil los anuncios de spam, una alarma para recordarte una cita médica al día siguiente o el aviso de la asesoría pidiendo las últimas facturas del año. Por eso no le di importancia, ... porque pensé que ese sonido formaba parte de la inercia con que enfilamos los últimos días del año, porque si te llega un wasap crees que va a ser un reenvío en cadena de alguna foto con un mensaje de bondad o algún chiste que te haga soltar una última carcajada. Hasta que abrí el correo, y aunque parezca un oxímoron esto que voy a decir, descubrí una carta manuscrita con un teclado.
El remitente que firma la misiva –un barcelonés cuya afición a la Historia nos ha cruzado este año en el camino– usaba en su texto términos así, como misiva, rogar, familia, costumbres, pesebre, y sin embargo, no había rastro de anacronismo. De hecho, lo más curioso de todo es que se disculpaba por usar un medio electrónico para hacer lo que siempre había hecho con su puño y letra; es decir, escribir una carta. El tiempo que le destinaba entonces a redactar una nota más o menos larga, a guardarla en su sobre y pegarle el sello, ir a un buzón y echarla, es el tiempo que ahora le dedica a saber qué otras tareas, entre ellas, pensar en los demás, en los que están y en los ya no están, en qué hacer con los tachones que impone en nuestra frente el pasado en estas fiestas. De ahí su carta electrónica, ese intento por mantener el vínculo a través de la palabra. Sonaba a carta manuscrita, pero era un mail, ¿y saben, qué? Que me quedo con eso, porque como decía McLuhan, el medio es el mensaje, y el mensaje siempre será la palabra, sea cual sea su soporte.
Por mucho que miremos atrás pensando en todas las cosas buenas que había y no tenemos, de hecho yo soy la primera que añoro recibir una carta manuscrita, me quedo con que aún sigue inalterable la necesidad que tenemos de leernos. Con eso me quedo, con que las páginas de este periódico siguen encontrando al otro lado unos ojos que las miran, ya sea en una pantalla o en el papel. Claro que el pasado tenía cosas mejores. Y también mucho peores. Y sin embargo, aquí estamos, un año más, despidiendo juntos la Navidad de la mejor manera posible: escribiéndoles esta carta que parece una columna, pero no lo es.
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