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Hace unos años, fui a cubrir una concentración de protesta que habían convocado los motoristas de Cantabria. La razón eran los quitamiedos de las carreteras. ... Los motoristas pedían cambiar la forma de estas protecciones metálicas: reclamaban que fueran redondeados, en vez de estar acabados en una hoja al aire que los transformaba en una cuchilla gigante si un cuerpo impactaba contra ellos en un accidente. Al motorista nada le protege del impacto, es el riesgo de ir en moto, pero me resultó perturbador que precisamente el elemento que nos custodia a todos, con ellos se convirtiera en un arma, un hacha contra sus brazos, sus tobillos, sus codos. Cuando regresé a la Redacción, miré a varios compañeros que usaban moto para ir cada día a la sede del periódico, y de pronto sentí un miedo nuevo, un temor añadido a lo que siempre está ahí, pero en lo que no piensas. Porque si piensas, no te mueves.
No pienso en lo que puede pasar cada vez que salgo a la carretera. Ni cuando sale mi marido o mi padre o mis hijos o mis amigos que se van de viaje o si vienen mis hermanas de Madrid a pasar un fin de semana y hay previsión de nevadas. No pienso en eso y tampoco en el milagro que es llegar siempre, porque cada día llegamos, aunque sea una rutina que damos por sentada: llegar es un milagro y semanas como esta nos lo recuerda.
Aquel día de la concentración, cuando escuché a los motoristas, comprendí que el peligro es una cualidad inherente al movimiento y que ninguno estamos a salvo; lo único que podemos hacer es cumplir las normas, y tener las vías más seguras, y vigilar nuestra atención, y nuestra suerte, y tantos otros condicionantes. Hasta entonces, los quitamiedos eran sencillamente las formas metálicas que bordean algunas calzadas, el perímetro de seguridad al que estás tan acostumbrado que ya ni ves, tan gris y convencional, algo que das por sentado como el cinturón de seguridad, los avisos de nevadas, las alertas que envía la Aemet. Ahora los miro en cada viaje; me fijo en los quitamiedos y algunos ya tienen los perfiles más bajos, otros están redondeados, otros tienen unos soportes de plásticos. Su mera presencia es una muestra del riesgo que corremos, y no solo los motoristas. ¿Pero, y su ausencia? Desde entonces temo la palabra quitamiedos. Y esta semana, con más motivo.
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