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No hay que fiarse de lo que se ve por la ventana. Nos los dicen a los periodistas, que nuestro trabajo no consiste en asomarnos ... para decir que está lloviendo sino salir a la calle para contar lo que está provocando el agua. En Cantabria no vale simplemente con mirar afuera para notar que algo muta, no vale con esperar al cambio de hora para advertir que empieza a hacer mejor tiempo, que las dinámicas de invierno se transforman en gestos primaverales. No. Aquí, lo que nos coloca en la rampa de salida de la parte buena del año no tiene que ver con retrasar los relojes sino con la costera del bocarte. Ese es nuestro meridiano emocional, porque las horas de luz prometidas empiezan en la lonja, en los paseos por el mercado y los consecuentes planes que traen consigo un kilo de bocartes frescos rebozados, o como quiera que los tomen.
Cuando leo que empieza la costera imagino en realidad otro inicio. Imagino el olor que saldrá de las ventanas de algunas casas estos días con el rebozado, porque no huele igual el rebozado de un bocarte que el de una rueda de merluza, de la misma manera que el pan tostado no huele igual por la mañana que por la tarde para la merienda. Imagino el plan de este sábado: ir al Mercado de la Esperanza en busca de bocartes, el brillo explícito de sus escamas diminutas como obleas de metal. Son como los primeros brotes de la primavera, unos tallos finos y puntiagudos entre los monstruos habituales que se ven tendidos sobre el hielo; maseras y rapes feos, y cabrachos y jargos, lubinas, redes amarillas de almejas, potas, calamares, y si hay suerte, algún magano de guadañeta (o eso dice el precio).
Hay algo que va más allá de lo alimenticio en el bocarte. Supone un punto y aparte. Supone ingresar en la luz, en la parte deliciosa del año. Por eso, no hay que fiarse de lo que se ve por la ventana, por el escaparate, sino salir a verlo mientras llegue, porque la flota este año podrá traer un 7% menos para controlar la especie. Aun así, la abundancia en estos primeros días de subasta en las lonjas tiró los precios (en Vizcaya bajó a 0,70 euros el kilo, en Laredo a 0,85 euros). Cuando veo el pescado brillando sobre el hielo, ya sea en el Mercado o en la pescadería del barrio, imagino quién estará detrás de ese milagro que huele y sabe; pienso en cómo será mojarse en alta mar cuando el resto dormimos a este lado de la ventana.
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