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El agujero es tan profundo que tienes que bordearlo para poder ver el fondo. Y ahí, al otro lado de un diámetro de unos diez metros, si te acercas puedes ver la oscuridad donde, cuando sube la marea, se cuela el rugido del mar o ... el mar mismo. Solo puedes pedir prudencia y cuidado a quienes te acompañan por el tramo del paseo de la Costa Quebrada entre prados que se contonean, a veces con aristas que sobresalen sobre el acantilado, otras veces con recovecos forrados por hierba mullida, como de tallos redondos, porque ahí, en el borde mismo del salitre y los vendavales, sobrevive un tipo concreto de hierba, y de arbustos, y de flores que tienen pétalos con pinchos. Cuidado, insistes, pero los acompañantes tienen demasiado donde mirar y se alejan del agujero porque, al fin y al cabo, solo es un accidente geográfico, una curiosa y terrorífica muestra de lo que el mar puede hacer cuando golpea el terreno kárstico que pisamos; la prueba de que todo se puede hundir, hasta la tierra misma.
Supongo que ahí está la grandeza de este paisaje. Es tan salvaje y abrupto como delicado, y se puede romper, sobre todo su horizonte, con vallas y bancos y marcos para hacerte la foto, se puede romper hasta el acantilado, como evidencia el agujero. ¿No se rompió la horadada en la bahía, donde las olas no son nada en comparación a lo que enfrenta la costa que va desde el Faro de Cabo Mayor hasta Liencres? Por eso resulta tan oportuno el nombre de Costa Quebrada. Sus rocas son lajas que parecen láminas de hojaldre aunque de pura piedra, sedimentos apelmazados durante millones de años y empujados por las placas tectónicas hacia arriba como un pastel que hoy en día nos hace babear a todos: a nosotros y también a los responsables políticos que siempre tienen hambre.
Ahora que la Unesco ha puesto su pegatina en nuestra costa, solo puedes pedir prudencia y cuidado, porque según donde te asomes, la cosa depende de Bezana, de Piélagos, de Santander. En un momento dado, el paseo se estrecha y pides de nuevo prudencia y cuidado para avanzar por ese trabalenguas físico que es este recorrido que te quita la respiración subiendo y bajando peñascos, mientras ves los Picos de Europa al fondo y también la maraña urbanística que en algunas zonas lo cerca. El paisaje es un patrimonio natural que tiene tanto de territorio emocional para los cántabros como de fondo sin filtro para los instagramers. Elijamos bien cómo pisar la costa: es roca, pero también se rompe.
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