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Solo hay que fijarse en la cabecera de Los Simpson para darse cuenta de que la música forma parte de la vida educativa norteamericana de un modo distinto al nuestro, con tropecientos instrumentos en aulas de música y bandas y ensayos. Ver a Lisa Simpson ... abrazada a un saxo como el de John Coltrane resulta inspirador y me pregunto si no podría causar ese efecto lo que hemos visto este fin de semana en el Barça-Madrid, con Ferran Torres o Gavi jugando con la lengua de los Rolling Stones pegada en su camiseta.
No es la primera vez que la música se cuela en la audiencia masiva del fútbol: ya lo hizo el símbolo de 'Motomami' de Rosalía o de Drake en otros clásicos con el Barça. Es solo una camiseta, ¿pero acaso el efecto del logo no puede traducirse en algo que te resuene por dentro, en algo que te haga ir a buscar la música, su aprendizaje y seducción? Me imagino una campaña similar en el Racing con la batuta de Ataúlfo Argenta serigrafiada en el pecho de Íñigo Vicente; la guitarra de Rulo en el de Álvaro Mantilla; un tifo con un sombrero de tres picos y que suene Manuel de Falla mientras calientan en El Sardinero. Y miles de chavales en las gradas, pasándoles la música por dentro, como cuando suena la Fuente de Cacho y se convierte en la clave de bóveda del cielo del que se sienten parte, contagiados por algo que supera cualquier emoción fabricada con marketing.
Cuando termine el partido, siempre tendrán Spotify, pero sus aulas no son las de la tele, y no hay tropecientos instrumentos, sino maestros que luchan contra TikTok como única banda sonora y contra una carencia histórica de apoyo a una asignatura fundamental para su desarrollo. Cuando veo a Lisa Simpson, me pregunto qué pasaría si hubiéramos tenido a diario tan a mano un saxo como el mando a distancia, a qué estaríamos jugando hoy.
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