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Claro que parece un edificio flotante; lo parece porque lo es. Y como todo edificio, da sombras y dimensiones físicas a la ciudad que lo contiene. Es lo que pasa cada vez que atraca un mastodonte propulsado en la bahía de Santander, que la ciudad ... se achica, o se agranda, según lo miremos. En la calle Calderón de la Barca aparece una sombra nueva y los columpios de la Plaza de las Cachavas parecen más pequeños ante el crucero de lujo. Se llama Seven Seas Splendor, y con 543 tripulantes, trajo durante unas horas a 721 turistas a la región. Me pregunto cuántos litros de combustible necesitarán esos motores para hacer avanzar semejante imperio, me pregunto qué recordarán de esas horas los turistas británicos, norteamericanos y canadienses que viajaban dentro, me pregunto cómo sentarán las Biodraminas con los cócteles cuando levaron anclas después de un viaje en autobús por la región, me pregunto qué efecto tienen esas turbinas en el ecosistema de nuestra bahía, me pregunto muchas cosas cuando veo un crucero y la respuesta siempre me la da David Foster Wallace: «En una semana he sido objeto de mil quinientas sonrisas profesionales».
¿Qué entendemos por lujo cuando viajamos? El escritor norteamericano se enroló en un crucero así por el Caribe durante una semana porque la revista 'Harper's' (cabecera emblemática de moda y tendencias) le pagó un buen pellizco por publicar su versión de los hechos allá por 1996. Ese texto se convirtió después en libro, un ensayo titulado 'Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer', y aunque se lee entre risas, aunque descubres la belleza de viajes así al comprender las motivaciones de sus adeptos, anticipa sin embargo lo que hoy en día es un hecho: que el lujo es lo contrario a la prudencia, a lo comedido. Hay algo impúdico en hacer de los viajes una experiencia masiva y arrasadora con el lugar que se ocupa, una ocupación de la estética y también de la ética del lugar ya sea en barco o en flotas de autobuses o en vuelos de bajo coste. Si Foster Wallace viera lo que está pasando, sabría que su ensayo se quedó corto. Y hoy en día, nadie quiere quedarse corto, el lujo malentendido siempre fue el derroche.
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