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Tengo un amigo que mira a los árboles como si pudieran hablarle. En realidad, nos hablan a todos, pero la mayoría no entendemos su idioma, ... ya sea por indiferencia, porque somos sordos a su estética o simplemente ignorantes. Fernando sabe de plantas lo que una madre de afectos y es capaz de diagnosticar el estado del paisaje por el tono que tienen las hojas, su forma de moverse cuando pega el viento, si falta agua o sobra, si lo que falta es tierra, y qué tierra. Mira y aprecia el paisaje, también el urbano, y comprende en la precisa dimensión de las ramas y las flores que adornan ciertas casas o parterres la noción misma de la belleza. Donde todos vemos verde, él ve un abecedario. Por eso, el día que me preguntó por las palmeras, supe que me estaba hablando de algo más que de los árboles.
Que sea noticia la presencia de un bicho llamado picudo rojo no convierte su presencia en algo que tengamos en cuenta, o al menos no lo suficiente. Es como si al haber aprendido la palabra de esta nueva especie invasora tuviéramos la noción de qué hay que hacer con ellos; los nombramos y existen, pero me temo que no es suficiente. A estas alturas, los picudos, esos diminutos escarabajos originarios de Asia que se comen las palmeras, tienen visos de convertirse en leyenda como la del cangrejo de río americano o los malditos plumeros. Y no será porque no hubo avisos. Ya en 2022, este periódico publicó la extensa advertencia de la Asociación de Jardineros señalando su peligrosa presencia en las palmeras de la región. Ahora, tres años después, cuando recorro Cantabria, me encuentro con más ejemplares a los que parece que les han puesto una boina chata encima, que les están cortando por arriba el pelo a cepillo. Y están feas. Pero lo peor no es eso. Lo peor es ver sus hojas flácidas caer como sonrisas verticales que se mueren.
El bicho se propaga y está matando ejemplares en jardines, plazas, terrenos privados. Uno puede pensar que perdemos un árbol, pero en realidad estamos perdiendo historia, conciencia y esa parte de nuestro paisaje que nos pertenece a todos aunque no seamos indianos. Algunos dirán que solo son árboles, y me pregunto qué verán cuando miran por la ventana, cómo harán para ver simplemente troncos y ramas que sobresalen para dar sombra, o cobijo a cientos de pájaros, si acaso piensan en que quizá sus abuelos vieron esos mismos troncos al pasear cuando iban a misa en la iglesia de San Roque, o en tantos otros sitios. Lo peor no es que se muera un árbol, sino lo que se muere en nosotros cuando no hacemos nada, cuando nos quedamos mudos, cuando solo vemos verde, en vez del abecedario.
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