Secciones
Servicios
Destacamos
Lo bueno de estos días de viento sur es que podías salir a pasear por el borde del mar sin temblores. Aquella tarde se puso un sol que fue naranja, después malva, luego rosa, fucsia, morado, azul oscuro hasta hacer el cielo negro, tan limpio ... el cielo negro que se veían las estrellas como recién pintadas. En la playa de La Concha de Suances, dos perros con collares fluorescentes marcaban el límite entre la arena y el mar; parecían la tuta de dos pescadores que estuvieran echando las cañas, brincando en línea recta ante la orilla. Yo caminaba por la arena a unos metros del paseo para usar el remanente de luz, por aquello de evitar boquetes, castillos, los tropiezos. A esas horas, los restaurantes del paseo encienden unos focos tremendos para iluminar las vistas de los comensales, pero estaban apagados. No había nada en la playa esa tarde, solo el mar intentado entrar en la desembocadura de la ría, y ahí arriba, una cúpula brillante y deliciosa, con Casiopea, con la Estrella Polar y el Carro entre un porrón de estrellas. Qué belleza, pensé, hasta que un movimiento extraño me hizo ver el cielo moverse hacia delante, como si las estrellas derraparan.
Lo primero que haces cuando ves algo inusual es buscar alrededor a ver si alguien más ha visto eso que acaba de alucinarte. El cielo se deslizaba como hacen los telones de los teatros al cambiar la escenografía. Habrán sido las cervicales, pensé, pero tras avanzar varios pasos, me detuve y volví a torcer el cuello para mirar aquello con la barbilla levantada. Un grupo de estrellas marchaba en fila de a uno con la rectitud de un ejército. Cada luz mantenía una distancia idéntica entre la anterior y la siguiente y se movían al mismo ritmo: era una cadena de estrellas entre las estrellas de siempre. Perfectamente alineadas, quizá su marcialidad me hizo pensar en aviones de combate.
A mi alrededor no había nadie, tan siquiera los perros de collares fluorescentes y sus dueños para decirles ¿habéis visto esto? Intenté sacar una foto (negro), intenté escribir un mensaje (inútil), intenté llamar, pero ahí me di cuenta y guardé el teléfono. Sencillamente miré. Me dediqué a observar el instante y dejé que sucediera. ¿Saben lo más curioso? Que llegaba un punto del cielo en el que las estrellas desaparecían, como engullidas por un agujero negro, una detrás de otra. Qué belleza, pensé. Y mientras volvía a casa, sola por la playa, imaginé cómo les contaría en esta columna la maravilla insólita que fue ver pasar la fila de satélites de Starlink por encima de nuestra tierra.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.