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La izquierda y otros partidos que gobiernan apoyándose en ella identifican más impuestos con mayor bienestar para los ciudadanos. Esta afirmación tan reduccionista se une a la infantil proclama «coger el dinero a los ricos para dárselo a los pobres».
En primer lugar, hay que ... decir que no todos los impuestos redistribuyen la riqueza, desde luego los indirectos no, los que gravan el consumo son igual para todos, quién tiene millones paga el mismo tipo impositivo que aquel que no llega a fin de mes. Por tanto, cuando nos referimos a la progresividad fiscal debemos dejar muy claro que nos estamos refiriendo a la imposición directa fundamentalmente al IRPF.
La izquierda para defender su necesidad de otorgar un poder omnímodo al Estado, ¡qué miedo!, ha acuñado la idea de Estado emprendedor, cuando sabe que es absolutamente falso que la administración pública pueda emprender algo productivo con éxito, bien por su propia esencia, su lentitud o porque le falta el tan importante componente del riesgo del capital y talento propios. Arriesgar el tiempo y el dinero de los otros es el camino más seguro al fracaso.
Otra bella palabra que las izquierdas usan para atraer a las personas a su objetivo de ¡Un Gran Estado Burócrata que todo lo ve! dirigido por ellos, claro está, es la de la igualdad: ¡Hay que corregir las desigualdades! Dicen y parece que la única que les preocupa es la del dinero, consecuencia: más impuestos y más Estado. La igualdad de derechos y oportunidades entre las personas es irrenunciable, pero cuando de lo que se habla es del IRPF, la igualdad no se entiende en un impuesto progresivo, sería, sin duda, más indicado referirse a la ecuanimidad.
El Estado no camina, no siente, no mira, ni observa, es un ente político abstracto que integra la población de un territorio, dirigido por personas que tienen intereses, virtudes y debilidades. Su poder emana de la cesión que los ciudadanos hacen de su libertad en favor de 'Aquel', por ello, a mayor tamaño del Estado menos libertades para las personas.
La Administración del Estado se nutre de nuestros impuestos y engorda con ellos (más burocracia no significa mejor Nación) mientras que nosotros adelgazamos. No comparto la idea de ceder, mediante el voto, mi libertad en aras de un Estado burócrata creciente que al excederse de un tamaño prudente y adecuado sirve de parapeto a los intereses de las personas que lo dirigen.
Para poder redistribuir la riqueza es necesario haberla creado con anterioridad, si no es imposible y sin ella no se puede sostener el bienestar, por eso los países pobres no prestan servicios o lo hacen con una ínfima calidad y escasa cantidad. El Estado no la genera, se alimenta de la nuestra, quien sí la crean son las personas con su trabajo, esfuerzo, talento y dinero. No creo correcto cercenar, vía incremento de la presión fiscal, los objetivos de desarrollo y mejora individuales en aras a favorecer un Estado ineficiente y a la vez más entrometido en nuestra intimidad y libertad.
Confiar sin medida nuestro presente y futuro a un ente político abstracto gobernado por personas es una imprudencia y una falta de madurez que pone en peligro el bienestar que anhelamos. Nuestra postura debe consistir en exigir que se emplee nuestro dinero de manera eficaz y eficiente. También quienes no lo tengan y no puedan aportarlo al erario público porque viven de las ayudas, deben defender a aquellos que se las financian, que no es el Gobierno de turno, facilitando que sigan creando riqueza las personas y las empresas, porque tras ella viene el empleo. El sentimiento del esfuerzo retribuido, que nos hace libres, es sin duda un bienestar mucho más pleno que depender del Estado para subsistir.
¡Como me sorprende! Escuchar a un número mayoritario de personas quejarse de la excesiva cantidad de políticos, asesores, burocracia y 'chiringuitos' públicos que a su juicio existen en demasía, para a continuación ver como prestan su apoyo a los partidos que propugnan subir impuestos, es decir, más políticos, asesores, burocracia y 'chiringuitos'.
Ante el estancamiento o la recesión de nuestra economía que se nos avecina, es necesario adoptar medidas que alivien a consumidores, productores, autónomos y pequeños empresarios, reduciendo el tipo del IVA a la cesta de productos básicos y rebajando (deflactando) el IRPF para insuflar liquidez al bolsillo de los ciudadanos. Es factible porque el Estado puede y debe ahorrar, tiene margen y sus dirigentes han de esforzarse en la contención y eliminación del gasto superfluo e improductivo. Por poner un solo ejemplo: en el Proyecto de Presupuestos para 2023 recientemente presentado por el Gobierno de Cantabria, los fondos destinados a sueldos y gastos corrientes, sin incluir empresas y fundaciones públicas, suman más de 1.741 millones de euros que pagamos con nuestros impuestos, juzguen ustedes mismos.
Dentro de pocos meses podremos elegir entre más Administración, es decir, más políticos, más asesores, más impuestos o menos Estado, más libertad, más esfuerzo, más trabajo y mayor riqueza. Es nuestra responsabilidad y está en nuestras cabezas y manos acertar. ¿Queremos con nuestro voto seguir engordando al mastodonte que nos aplasta y asfixia?
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