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Cuenta el matemático y divulgador Santi García Cremades que en una ocasión lo tomaron por mendigo. Llegó demasiado pronto al teatro madrileño en el que actuaba -es también un conocido monologuista que utiliza el humor y la guitarra para explicar conceptos matemáticos- y, encontrándolo cerrado, ... se sentó junto a la puerta a la espera de que lo abrieran. Una mujer que pasaba por allí se detuvo, y apenada sin duda por el hecho de que un joven de tan buena presencia necesitara limosna, le entregó un euro. García Cremades, sorprendido, trató de aclarar el equívoco: «Señora, no, espere, que yo soy un científico». No consta que la mirada de la buena mujer se tornara más conmiserativa al conocer la profesión de quien creyó un indigente, pero lo cierto es que se volvió y le dio otros dos euros. La ciencia, que se sepa, no ha llegado al extremo de pedir por la calle, pero todo se andará.
Los políticos no tienen ese problema, están bien provistos, la crisis no va con ellos, y hasta los más obtusos, sin preparación ni experiencia alguna, acceden a altos sueldos si tienen el favor del partido o los contactos adecuados. No es el caso de Pablo Iglesias, cuyo nivel cultural está fuera de duda, pero Alfonso Guerra se pregunta cómo es posible que, junto a su mujer, Irene Montero, haya acumulado un patrimonio tan considerable en sus pocos años de actividad política y presencia en el poder. Sin poner en cuestión el origen legal de su fortuna, a Guerra no le encaja que el hasta ahora líder de Podemos sea propietario de «una casa muy espectacular» y declare 200.000 euros de un plan de pensiones y 190.000 más en su cuenta corriente. Predicar no es lo mismo que dar trigo o, como aconsejaba algún cura antiguo a sus parroquianos, «haced lo que digo y no hagáis lo que hago».
El ejemplo lo es todo. La vicepresidenta Calviño reclama que el sueldo astronómico de los banqueros se ligue a la situación de sus trabajadores. No le falta razón. El presidente o el consejero delegado de un gran banco cobran entre uno y seis millones y medio de euros anuales, es decir, multiplican cientos de veces el salario mínimo, mientras despiden a miles de empleados. Pero lo inmoral, también, es que los políticos no se apliquen el mismo nivel de exigencia que obliga al resto de los españoles para adecuarse al escenario del país. Con la que está cayendo, no tienen un pase sus privilegios, que el Consejo de Ministros sea el más poblado de Europa o que el Gobierno de Cantabria cuente con el mayor número de altos cargos de la historia y puestos más clientelares que esenciales. El dinero que se dilapida en lo innecesario puede invertirse en ciencia, que anda con lo puesto, y ahí sí hace falta.
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