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Según se refiere en un apéndice del libro de Amós de Escalante Costas y montañas. Libro de un caminante (1871), el domingo 12 de noviembre de 1503, las autoridades religiosas, civiles y el pueblo todo de Santander se congregaron, «por campana tañida y genera llamamiento», ... en la Iglesia de los Cuerpos Santos. El motivo: una epidemia, la «pestilencia». De lo allí acordado tomaban registro dos escribanos-notarios uno de la parte eclesial, Juan de Obregón, y otro de la corona, Pedro de Escalante.
Y fue que (editamos un poco el lenguaje) «estando de rodillas hincados delante del altar mayor dijeron que en esta Villa, por los pecados del pueblo, había de continuo grande pestilencia de manera que, si fuere adelante, toda la villa sería despoblada e perdida, y que rogaban a Nro. Sr. Jesucristo que por la su inmensa bondad tuviese compasión de este pueblo y no mirase sus pecados, ni usase con él de su justicia, y que se recordase de su Testamento y de cómo los había redimido en la Cruz con la su preciosa sangre, y de la misericordia que había prometido a los que a él se tornasen y se arrepintiesen de sus pecados, y que dijese al Ángel que cesase de más herir, y que él cesase la su ira y pestilencia de sobre el dicho pueblo, y que, porque más se dignase de oír y conceder, rogaban a los doce Apóstoles suyos que le rogasen y fuesen intercesores entre Él y el dicho pueblo. Luego tomaron doce candelas de cera por peso y medida y encendidas cada una de ellas en igual, y dotada y nombrada cada una según cada uno de los doce Apóstoles; la que postrera quedase encendida, a aquel apóstol querían tomar y tomaban por su Patrono y Amparador, y defensor, y guardador del dicho pueblo, y de sus alquerías é vecindad, para ahora y para siempre jamás, para que la guarde de todo mal y en especial de pestilencia».
Este es el famoso Voto de San Matías, pues suya fue la última vela que quedó encendida en aquella mañana de principios del siglo XVI, un año antes de que se apagase definitivamente en Medina del Campo la de la reina Isabel la Católica. Notemos dos cuestiones importantes. La primera es la interpretación moral de la salud pública. La pestilencia era debida a «los pecados del pueblo» y el fármaco requerido era el perdón del Juez. En nuestros días, las epidemias también se deben a los «pecados del pueblo»: nos hemos relajado, no obedecemos; incluso cabría en la categoría de «pecado» elegir malos gobernantes de gestión no óptima en lo sanitario. La carga moral, entonces, se traslada a la inobservancia de la normativa médica. Pero sigue existiendo el elemento de culpa.
Asimismo, se prolonga, transformado, el elemento del Mediador. En griego, un «apóstolos» es un emisario. Los apóstoles eran los «enviados». Los santanderinos que transitaban de Edad Media a Renacimiento tomaron como abogado suyo a Matías, para que el ángel exterminador de la villa fuera acuartelado. Los que transitamos de la Edad Contemporánea a la Edad Calurosa no tenemos más abogados que unos parlamentos bien asesorados por las batas blancas. Sin desmerecer al santo en lo que se le alcance como recadero con influencias, nuestro Mediador tiene dos caras, como aquel dios Jano cuyo templo abrió Augusto ritualmente durante las guerras cántabras. Una cara es el análisis científico y profesional; otra es el análisis político, que en sus peores momentos es puro partidismo y en sus mejores, un arte de prudencia.
'San Matías' de la Covid es, por tanto, el símbolo de la unión de la razón teórica y la práctica (moral y deliberativa, no confundir con la técnica o instrumental), de medicina y política. Es nuestro Mediador ante la Naturaleza. Alguno puede no considerarlo especialmente grave si recuerda la fórmula inclusiva de Baruch Spinoza: «Deus sive Natura», Dios o Naturaleza.
En aquella época, quizá el Honrado Bachiller García Sánchez de la Torre, alcalde de la villa, ignorante del mundo de los microbios de Pasteur, Koch y Fleming, podía considerar que la principal medida de salud pública era el Voto a San Matías. En la nuestra, el problema se desdobla: la pandemia progresa por los pecados de indocilidad normativa y torpeza política, pero al mismo tiempo se interpreta como un castigo spinoziano por nuestra mala gestión del planeta. El Ángel del Invernadero es quien se empeña en «más herir». Bueno, y que se prometió correr dos toros en honor al santo y lleváis incumpliendo varios siglos, jóvenes.
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