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Una parte de la sociedad cántabra parece que despierta de la autocomplacencia. Grupúsculos de ciudadanos independientes bullen de inquietud en estos días, la sociedad civil desconfía, se habla de una defensa urgente de la Constitución. Se empieza a elevar la voz contra los privilegios ... nacionalistas, ERTE y otras sombras diezman los empleos, la región está en números rojos, aumentan sólo los trabajadores y gastos públicos. Las partes extractivas, no productivas de lo cántabro crecen y asfixian los brotes emprendedores. Hay, en fin, inquietud en la calle y se buscan las soluciones que una parte de la clase política, casi siempre envuelta en retórica, es incapaz de lograr.
Y en estas estamos cuando sobreviene un neologismo cántabro que consiste en decir no al descubrir que el sí dado previamente tenía trampa. En efecto, cuando el diputado Mazón lee la letra pequeña de su acuerdo con el futuro Gobierno nacional, descubre el salto al vacío sin red auxiliar. No se sabe si también había engaño, pero sí que parece que toda la intención de Madrid era, y tal vez es, desvestir un santo para vestir otro u otros. Primar a nacionalistas, siempre insatisfechos, con privilegios de fuero y foro. Decidir de lo nuestro sin contar con nosotros. Aumentar la asimetría. Hacer una nueva foralidad tramposa, esta vez catalana, sin pasar por el refrendo de la Constitución.
Aunque el foco mazoniano del conflicto parezca estar sobre esa mesa de referéndum único sólo para catalanes, la realidad es mucho más complicada para los intereses cántabros. La auténtica pesadilla para Cantabria viene del acuerdo firmado por el Gobierno de España con el PNV vasco, en función del cual este partido tiene derecho de control a cualquier presupuesto, modelo de financiación e inversión nacional que no cuente con su aprobación previa.
Para entenderse mejor, las inversiones futuras de Cantabria están en manos de nuestros vecinos del Este. Podrán preguntar cómo, cuándo y cuánto nos corresponde. Y también decidirlo. Todo esto después de tener sus privilegios del cupo a pagar al Estado, hacer 'dumping' impositivo y contribuir lo mínimo a la solidaridad interterritorial, pero ordeñando la vaca más que el resto después de pagar menos en su manutención. En esto consiste la foralidad, en estos tiempos que, por lo que se ve, no parecen tan lejanos del medioevo. Pocos cántabros conocen a aquel diputado sevillano, Sánchez Silva, con calle dedicada en nuestra capital, que peleó con reconocido entusiasmo por los intereses de Santander y su puerto allá a finales del XIX. Sería bueno releer al historiador local Lainz, quien detalla los pormenores de lo que siguió a la paz tras la última guerra carlista, que no fue otra cosa que la paradójica victoria de los perdedores.
Aquí hubo un movimiento ciudadano muy importante para abolir los privilegios forales vecinos. Aquel Madrid decimonónico y caciquil no quiso. De aquellos tiempos estos lodos.
Por todo lo que se apunta, Cantabria está en una encrucijada peligrosa. Tal vez sea el momento de consolidar en Madrid lo esbozado por Mazón, con un grupo parlamentario cántabro fuerte sin silencios coyunturales y firmes en lo esencial. Aunque conociendo el paño local, ese 'traje' parece imposible.
Pero nuestra región no tiene todos los problemas fuera, siendo estos tan crónicos. Hemos olvidado que más de la mitad de los cántabros, y el 70% de la riqueza regional, está en el área próxima a la capital. Ahí están nuestras posibilidades de vanguardia y nuestro acoplamiento a los estándares europeos.
No se trata de estar plañendo siempre por las graves causas supraregionales que nos limitan. Hemos de madurar y defendernos de ellas desde dentro, con imaginación organizada. Y planificación. Una de las herramientas posibles es superar la municipalidad. Las poblaciones de alrededor de la bahía de Santander, envueltas por la autovía S-30, forman una unidad geográfica potente, fragmentada en cambio en lo administrativo. Parece esencial transformar este anacronismo socioeconómico con el recurso de constituir una metrópoli eficiente de casi 300.000 personas.
En esa metropolización tendría un papel esencial el Gobierno de Cantabria; no sólo como aglutinante de municipios sino como agente planificador unitario que fije objetivos, plazos y financiaciones, también abiertas a la iniciativa privada. Ahí tienen que estar pensando los mejores.
La nueva Cantabria se hará desde su metrópoli central competitiva o no se hará nunca. Y desde ahí se expandirá al resto regional. Soluciones ciudadanas de viviendas de alquiler para los jóvenes, hoy condenados a su injusto esclavismo económico irredento. Doscientos kilómetros de carriles bici potentes, aparcamientos periurbanos disuasorios, flujos limitados de vehículos a los centros urbanos, red de transporte público gratuito, ausencias de ruidos en áreas residenciales, instalaciones energéticas de escasa huella de carbono, zonificación estratégica para industria y servicios del puerto, un museo regional de la ciencia, red metropolitana de parques públicos, integración de nuevas áreas de ocio activo tales como campos de golf, hípica, deportes náuticos etc. Todo esto y más se abre al nuevo concepto poblacional del entorno de la bahía de Santander.
De todo este mundo, emergente en calidad y decisivo para atraer emprendedores de fuera, nadie más que nosotros seríamos culpables si no lo logramos. No necesitamos ayudas de fuera. Como casi siempre en la historia de los pueblos, en la geografía humana están la llaves del progreso. Nuestra solución regional no está en Madrid. Está en nosotros. En nuestro territorio potenciado.
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