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Existe una apreciable diferencia entre una España plural y una pluralidad de Españas. En el primer caso, la diversidad queda armonizada por una adscripción existencial (tanto intelectual como emotiva) a la 'comunidad común', valga un pleonasmo que, si se hiciera imprescindible, debería tomarse como síntoma ... de algún desajuste de conceptos. En el segundo caso, la esfera nacional se torna una especie de ámbito internacional en el que se relacionan las Españas inconmensurables. La política interior se convierte en política exterior, como antes de Carlos I (más que antes de los Reyes Católicos, pues Fernando se casó por segunda vez y sólo el fallecimiento, al nacer en Valladolid, del hijo habido con Germana de Foix en 1509 evitó la separación de las coronas castellana y aragonesa).
La Constitución de 1978, con su sentido social y su previsión de organización territorial, añadió, a los principios liberal-democráticos universales, instrumentos por los cuales fuese algo más que un texto para las dos o más Españas de la historia (la obrera y la burguesa; la unitaria y la federativa; la castellanoparlante nativa y las otras románicas o euskaldunas; la católica y la librepensadora; la del sur y la del norte). Se trataba de fijar una sola España fortalecida por la variedad y el mutuo estímulo a que da lugar. Al entrar en 2019, año magno electoral que en mayo tiene citas municipales, autonómicas y europeas, y que, celebre o no elecciones a Cortes, las tendrá en el horizonte de todo discurso, cabe preguntarse por el destino de esa alternativa entre plurales.
Leyendo las noticias de los diferentes medios acerca del reciente Consejo de Ministros celebrado en Barcelona, del encuentro previo entre el presidente del Gobierno y el de la Generalitat, y de los episodios callejeros con que la movilización secesionista salpicó esos días, uno tenía la impresión de que no estaban informando sobre el mismo país. Para algunos, había sido una vergüenza y una humillación del Ejecutivo español frente a las exigencias separatistas y su presión callejera violenta. Para otros, las algaradas habían resultado menores de lo esperado y la apuesta por el diálogo ayudaba a 'desinflamar' el problema catalán.
No importa tanto decidir qué interpretación era más correcta, como anotar el síntoma: empiezan a darse versiones no sólo de varios énfasis, sino totalmente divergentes, de unos mismos hechos. Esto volvió a suceder, a escala más dramática en el plano personal, con la famosa 'foto de la cocina' donde la líder socialista vasca, Idoia Mendía, compartía espacio navideño con el batasuno Arnaldo Otegi. Para el hijo del asesinado Fernando Múgica fue motivo suficiente para abandonar una militancia socialista de cuatro décadas. Para otros, se trata de 'normalizar' a un abertzalismo que, en parte por influencia de Otegi, ha renunciado al terrorismo. ¿Imperdonable o razonable? La bifurcación de opiniones refleja una nación muy dividida en sentimientos morales aplicados a la esfera pública. Esto podría significar que ni la regulación constitucional 'germánica' que nos dimos hace 40 años ni la coeducación proporcionada por la escuela democrática y la cultura popular mediática han resultado suficientes para disciplinar las pasiones españolas.
Los últimos sondeos reflejan, con el ascenso de Vox como partido de la derecha políticamente incorrecta, pero también con las mayorías a la andaluza que parecen ir a formarse con un PP y un Ciudadanos de discursos más terminantes, una corriente social que se corresponde con el perfil demográfico, económico y cultural de una población que se siente hostigada por lo que otros sectores políticos consideran avances civilizatorios (culpabilizando a quienes dudan, a veces legítimamente, de que lo sean tanto). Es posible que la bifurcación de sentimientos morales españoles tenga su traducción en las urnas de Cantabria, para generar un panorama postelectoral bien complejo. Pues en nuestra comunidad, además, se debe contar con el factor del regionalismo, y hay quien calcula, comparando elecciones autonómicas y nacionales, que hasta un tercio del electorado del PRC es conservador. En las últimas legislaturas, el antagonismo con el PP impidió a este interesar a esa parte de los votantes cántabros, pero ahora hay otras dos ofertas sobre la mesa y el regionalismo tendrá que emplearse a fondo para minimizar fugas. No hay duda, por otro lado, de que la polarización a que nos referimos llegará a un punto en el cual la navegación de cabotaje ideológico regionalista ya no será posible ni siquiera retóricamente.
Todo depende, cierto es, de cómo evolucione la opinión pública en estos meses iniciales de 2019, al hilo de los acontecimientos. Y es que, en realidad, de este nuevo año no cabe tener en rigor una agenda pública, sino solo media: lo que cada uno hará hasta el domingo 26 de mayo. Según las votaciones de ese día, habrá que inventar una nueva agenda para la segunda mitad del ejercicio, o incluso para todo el cuatrienio.
La trayectoria de Ciudadanos y Vox, por afectar simultáneamente a votos populares, regionalistas e incluso de izquierda, será la clave de la ecuación, y menor dosis los líos de la extrema izquierda. El caso es que, en una medida importante pero indeterminada 'a priori', dicha trayectoria vendrá marcada por la política nacional y por esa división de sensibilidades con la que iniciamos nuestra reflexión. La España de federalismo, nación de naciones, prohibición de la caza o la tauromaquia, quijotismo en inmigración ilegal o delincuencia, transición ecológica sobre la cartera de las clases medias trabajadoras, revisiones partidistas de una historia trágica y lasitud presupuestaria conducente a más deuda y más impuestos, suscita creciente resistencia en al menos un cincuenta por ciento del electorado. Las expresiones de tal resistencia entran en Cantabria desde la 'semiosfera' nacional a través de televisores, teléfonos móviles, ordenadores, quioscos, conversaciones privadas. No dejarán, pues, de influir en la primera media agenda de 2019, y quizá tampoco en la otra media.
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Ana del Castillo
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