Secciones
Servicios
Destacamos
Quién nos iba a decir que en un artilugio como la concertina, con sus hileras de cortantes cuchillas, se iba a resumir buena parte del absurdo político y cultural que vivimos. Hay una pequeña polémica en Cantabria porque el Puerto de Santander ha instalado en Raos concertinas ... , para frenar la invasión de emigrantes albaneses, que se infiltran en los vehículos que el ferry transporta al Reino Unido. Ahora las vallas son más altas y en algunos puntos hay cuchillas, que han sido denunciadas como poco humanas por organizaciones que defienden a los migrantes. Dado que el Puerto depende del Gobierno PSOE-Podemos como parte de Puertos del Estado, pero también del Gobierno PRC-PSOE en virtud de la capacidad propositiva de la autonomía, resulta que no es precisamente la derechona antiinmigrantes la que ha instalado las concertinas, sino el humanismo local. Del toro manso me libre Dios..., pensará el albanés.
Las concertinas, se nos dice plausiblemente, obedecen a que los daños que causan los polizones originan graves perjuicios económicos en el transporte de mercancías a Gran Bretaña y amenazan con la pérdida de tráficos en Santander, y por ende la riqueza que aquí generan. Así pues, en realidad son los británicos los que nos obligan, por así decir, a proteger su isla estableciendo el muro de Adriano en Cantabria. De esta manera formamos parte de esa línea que el Brexit está convirtiendo en un Río Grande, y donde esta semana han perdido la vida más de 30 personas que se ahogaron al intentar pasar a Dover desde Calais.
Para nuestra vergüenza, los albaneses en busca de futuro no compran el mensaje de que Cantabria va estupendamente y es una tierra con gran porvenir, auténtico paraíso terrenal. Al contrario, los veremos redoblar su empeño por alcanzar el Reino Unido. ¿Se come allí mejor que aquí? No. ¿El clima es mejor? Pues tampoco. ¿El idioma es más fácil de aprender? No, y de hecho se pasan la vida diciéndose los unos a los otros: «¿Me lo podría deletrear, por favor?». Eso en España se hace en muy contadas ocasiones. Aquí se suele decir, sencillamente, «hable más alto». En fin, que, de la mejor región del mundo y resto de la galaxia, hay unos sujetos que quieren salir pitando y que miran métodos para derrotar a la concertina. Anhelan abandonar el edén progresista del sur, para meterse en la boca del lobo conservador del norte, que no acaba de quedar con su peluquero y pronuncia discursos casi bolivarianos sobre Peppa Pig.
Pero no es tan lobo. Los albaneses son el tercer grupo más numeroso de solicitantes de asilo político en el Reino Unido, sólo por detrás de iraníes e iraquíes. Mientras se tramita la solicitud, se facilita alojamiento (no donde ellos quieran) y una ayuda semanal de 40 libras (unos 47 euros) por cada miembro del hogar, con algún extra si hay niños o mujeres embarazadas. De unas 36.000 peticiones/año, se aprueban unas 10.000, pero los rechazados pueden apelar en el juzgado, y así un 30% de las reclamaciones prosperan y el resto pueden pasar mucho tiempo en el pleito, manteniendo las ayudas de acogida. De los cientos que han llegado este año a Gran Bretaña, sólo cinco han sido devueltos al continente. ¡Cinco! No es extraño que corra la voz.
Cierto, nuestro Gobierno de humanismo ibérico fue quitando las concertinas de las vallas en Ceuta y Melilla, sustituidas por otros sistemas antiintrusiones. Las concertinas se consideraban moralmente intolerables y degradantes, no como en Santander. Sin embargo, reaparecieron en el lado marroquí, financiadas por España y la Unión Europea, que le dan dinero a Marruecos para que alce allí el mismo muro que nosotros ponemos en Raos. O sea, que nos hemos fundido el presupuesto en desplazar unos metros las concertinas y sustituir el espacio vacío por otros impedimentos más modernos. Si alguien nos llamase cínicos y manirrotos, nos costaría mucho convencerle de que retirase la etiqueta. Parece todo ello una operación de mero marketing, porque el migrante que llega a las inmediaciones de Ceuta o Melilla sigue viendo concertinas de todos modos. Su percepción del progresismo puede resultar cortante.
Grecia está construyendo un muro antiinmigración en la frontera tracia con Turquía. Lituania y Polonia han llenado de concertinas las fronteras con Bielorrusia cuando su dictador de cómic de Tintín les ha organizado un turismo asiático sólo de ida. Hay una permanente lucha de Croacia contra los intentos de entrar desde Bosnia y Herzegovina. Y ahora Macron tiene que decidir sobre el acuático Muro de La Mancha: o gastar una fortuna en controlar su litoral (pues los migrantes tampoco encuentran cómoda Francia, ni sus guisos, ni sus baguettes), lo que podría incluir concertinas en algunos puntos, o hacer un poco el Lukashenko para evidenciar que el 'efecto llamada' del Reino Unido genera problemas a todos. Hay que recordar que los países con más solicitudes de asilo son, por este orden, Alemania, Francia y España.
Las fuentes de migración son básicamente dos: la política de quienes buscan asilo y la económica de quienes buscan empleo. El retroceso de los derechos humanos en Asia, África y algunas partes de América y Europa es tan masivo, que cabe dudar de la capacidad europea para conceder asilo en esas magnitudes. El millón acogido por Merkel en Alemania fue una solución excepcional a un problema extraordinario generado por Turquía, ella misma saturada de refugiados de la guerra civil siria (alberga a casi 4 millones). Pero acciones de esa dimensión son irrepetibles incluso en la propia Alemania. Por otro lado, Europa sigue ofreciendo imagen de prosperidad a millones de hogares extranjeros cuyos gobiernos rapaces o fanáticos vienen fracasando bochornosamente en equilibrar demografía y economía. Miles de personas salen huyendo de semejante perspectiva, porque saben que hay otras opciones, aun arriesgadas.
La concertina es el símbolo no solamente de nuestro cinismo, sino también de nuestra desorganización mental. Europa necesita inmigrantes. Hay gente deseando venir. No será imposible organizar el encuentro de oferta y demanda. La concertina es un oprobio incluso más intelectual que moral. Es más nuestra 'tonticia' que nuestra malicia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.