Cada año un poco más a lo largo de la actual legislatura, el Día de la Constitución induce a la melancolía a sus defensores incondicionales. No es extraño cuando la vigencia de la Carta Magna está puesta en entredicho desde el mismo Gobierno Sánchez, desde ... dentro por Unidas Podemos y desde fuera por los partidos independentistas que lo sostienen. Unos y otros detractores o directamente enemigos de sus principios esenciales, la monarquía parlamentaria y la unidad de España, del modelo que nos ha procurado cuatro décadas largas de progreso, democracia y libertades. Y no es que PSOE y PP, los dos grandes partidos que se han alternado en el poder, no hayan recurrido durante estos años a los pactos con los nacionalismos para buscar mayorías parlamentarias, pero nunca se había llegado tan lejos: que Rufián presuma con chulería de que el voto de ERC a los Presupuestos del Estado lo haya pagado Sánchez derogando el delito de sedición. Que Otegi saque pecho por haber cambiado con Sánchez presupuestos por presos de ETA y por haber logrado que la Guardia Civil de Tráfico sea desalojada de Navarra.
Y por el otro extremo, Vox, tercer partido español, renuncia a celebrar la Constitución, dicen que para no sumarse a la fiesta con quienes violan y quieren destruir la Ley Fundamental, o sea que se ausenta igual que los nacionalistas catalanes y vascos a quienes alude. En fin, un golpe más a la concordia, ya vapuleada por la bronca instalada en el debate político.
Precisamente para no contribuir a la crispación, en el acto del Parlamento cántabro -muchas sillas vacías-, su presidente socialista Joaquín Gómez, optó por rebajar respecto a años anteriores el tono doctrinario de izquierdas en su discurso especialmente dirigido a los jóvenes. La recurrente reforma constitucional se queda en una modesta actualización, porque el grado de consenso actual no alcanza ni para introducir cambios poco trascendentes. No digamos ya para renovar el CGPJ y el TC.
La conmemoración constitucional de esta semana es la última antes del ciclo electoral de 2023, con dos citas interrelacionadas. Los comicios municipales y autonómicos de mayo marcarán tendencia para las generales, supuestamente en diciembre, y a su vez, el discurrir de la política nacional influirá en las urnas locales y regionales. En todos los partidos, también en el PRC, pues aunque su acción política esencial se circunscriba a Cantabria y tenga un liderazgo tan potente como el de Miguel Ángel Revilla, intenta siempre que en el Congreso y en el Senado las exigencias ideológicas de los partidos soberanistas no le infecten.
En el PSOE, división de opiniones. Los dirigentes que se juegan el poder en mayo temen las políticas y las malas compañías de Sánchez. García-Page ya ha dicho que no le quiere ver en campaña. Lambán opinó que mejor les hubiera ido a España y al PSOE con Javier Fernández al frente, antes de que el aparato del partido le impusiese una humillante retractación. Con Felipe González no se atrevieron cuando criticó la chapuza legal del 'sí es sí' y la rebaja de la sedición. Justamente el día de la fiesta constitucional, Sánchez anunció la reforma de la malversación a la carta para complacer a ERC, mientras en Cataluña quemaban ejemplares de la Constitución y banderas de España. Impresionante.
El PSOE de Cantabria, tercer partido en la región, jugará una vez más en las elecciones un papel subalterno. No compite por el triunfo, sólo por sumar otra vez con el PRC para seguir en el Gobierno y manejar un buen puñado de ayuntamientos importantes, siempre que Revilla no les deje en la estacada para irse con el PP.
En todo caso, en el PSOE recuperan optimismo. A medida que mejoran en los sondeos, tienden a creer que las cesiones a ERC y Bildu pasarán al olvido, que en las elecciones decidirá la economía, cuyo rumbo no es tan catastrófico como proclama el PP, que la proyección de Pedro Sánchez en la Presidencia de la UE y en la Internacional Socialista aumentará su crédito y sus opciones electorales, e incluso que una vez que sus relaciones políticas con los soberanismos de Cataluña y el País Vasco estén encarriladas, a lo mejor el PSOE puede dar un giro hacia el centro para intentar pescar un poco en ese caladero, ahora que Ciudadanos avanza convulso hacia una extinción triste e inevitable.
En el PP andan inquietos con el frenazo del 'efecto Feijóo' que vislumbran las encuestas, unas más que otras, después de la efervescencia de este verano con la memorable mayoría absoluta de Moreno Bonilla en Andalucía. En las urnas andaluzas se verificó un hecho histórico: una porción no desdeñable del electorado socialista clásico dio el difícil paso de votar al PP, en buena medida por la política de Sánchez en País Vasco y Cataluña, tan alejadas de los valores constitucionales que conmemoramos estos días. Los populares de Cantabria cruzan los dedos para que esa tendencia se repita en las elecciones autonómicas y municipales. Pero no es bastante que el PSOE sufra en las urnas, lo que necesitan para ganar es que el castigo se extienda al aliado de Sánchez, el PRC de Revilla.
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