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La memoria es una potencia del alma, algo personal, intransferible. Los recuerdos son siempre fragmentarios y solamente bien cosidos, macerados con el paso del tiempo y basados en documentos, se transforman en historia. Recurrir a las vivencias personales es un aderezo para escribir las páginas ... del pasado, pero con tan escasos mimbres no se puede construir un corpus objetivo. La historia del paso de la provincia de Santander a comunidad autónoma se ha contado con distorsiones, ocultaciones y una buena dosis de leyenda. El pasado 25 de agosto se presentó, en el Parlamento regional, un libro homenaje a Jaime Blanco. Matilde Fernández, que fuera ministra socialista y amiga de Blanco, hizo una clara referencia a quienes fueron los auténticos padres de la autonomía uniprovincial de nuestra tierra: Jaime Blanco y Justo de las Cuevas. El primero como líder del socialismo cántabro y el segundo como cabeza de la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido que aglutinó las fuerzas de centro derecha. Ambos tuvieron que despejar el complicado y peligroso camino para que Santander pasará a ser Cantabria.
La leyenda nos presenta el nacimiento de Cantabria como algo sencillo, que surge con el acuerdo del Ayuntamiento de Cabezón de la Sal en el que aprobó que la provincia de Santander pasase a ser región, en virtud del artículo 143 de la Constitución. El alcalde de aquel municipio, Ambrosio Calzada, puso en marcha un mecanismo legal cuando aun no estaban cerradas las conversaciones y la aprobación final distaba de garantizarse, un hecho que hizo peligrar la meta de constituir la comunidad autónoma de Cantabria.
Podada la hojarasca retórica, lo hechos aparecen con claridad. El paso hacia obtener el estatus de región está escrito en el artículo 143 de la Constitución: «La iniciativa del proceso autonómico corresponde a todas las Diputaciones interesadas o al órgano interinsular correspondiente y a las dos terceras partes de los municipios cuya población represente, al menos, la mayoría del censo electoral de cada provincia o isla. Estos requisitos deberán ser cumplidos en el plazo de seis meses desde el primer acuerdo adoptado al respecto por alguna de las Corporaciones locales interesadas. La iniciativa, en caso de no prosperar, solamente podrá reiterarse pasados cinco años».
Activar el proceso sin tener bien asegurados los apoyos necesarios pudo abortar la operación, porque solamente quedaban seis meses para convencer a al menos 68 ayuntamientos para que apoyaran la petición y además que sumaran la mayoría del censo electoral lo que otorgaba un poder casi decisivo a los alcaldes de Santander y Torrelavega. Por si fueran pequeños esos obstáculos, una buena parte de los alcaldes no tenían claras las ventajas de la autonomía uniprovincial, la disciplina interna de los partidos era frágil y Santander, con casi un 30% del censo, era un municipio clave en el que el alcalde, Juan Hormaechea, no estaba inicialmente por la labor de disminuir el peso político de la capital a favor de un gobierno regional.
Fue la tarea callada de Blanco y de las Cuevas, con equipos de peso formados por personas como Alberto Cuartas, Leandro Valle, Chusmanu Zaballa, Luis Sainz Aja, José Antonio Rodríguez y otros muchos, la que logró que ambos partidos, con una mayoría aplastante en los municipios de Cantabria, condujeran hasta el final el proceso de creación de la región de Cantabria. Es necesario, por el rigor de la ciencia histórica, desbrozar de mitos y recuerdos personales el conjunto del proceso. El parto de Cantabria fue difícil. En primer lugar porque los dos grandes partidos (UCD y PSOE) en Madrid, recelaban de fragmentar mucho el mapa y preferían regiones grandes y por ello trataron de evitar las comunidades uniprovinciales. En segundo lugar, porque los dirigentes cántabros también mantenían diferencias de peso y celos por un posible cambio del eje del poder. El tercer obstáculo residió en las diferencias internas en las dos formaciones hegemónicas y el cuarto la presión de quienes preferían que Santander siguiera siendo la salida de Castilla al mar.
El acertado recuerdo de Matilde Fernández a quienes propiciaron el nacimiento de la región de Cantabria debe ser tenido en cuenta. Teñir con memorias personales el río principal del curso de la historia no puede tergiversar la realidad. Tanto desde la UCD como del PSOE hubo personas que, con discreción, muchas horas de reuniones y con dificultades a superar tanto en la dirección nacional de centristas y socialistas como de su militancia en Cantabria, lograron aunar voluntades. Lo que debió ser un proceso sólido y alejado de personalismos, comenzó de forma que dificultó llegar a la meta de la autonomía de Cantabria.
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