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El Diario Montañés del pasado 21 de febrero se hizo eco del acto vandálico cometido en la ermita de Jesús del Monte, ubicada en el pueblo de Praves, consistentes en dos pintadas con la bandera republicana y frases como 'fachas' tanto en la fachada, ... tal como se informa, en «una placa conmemorativa de la Guerra Civil». Estoy de acuerdo con el periodista en que el hecho merece la más profunda reprobación por tratarse de un edificio religioso y «un atentado deplorable contra el patrimonio artístico», aunque la reprobación sería también merecida contra cualquier tipo de edificio público o privado.
Me propongo escribir sobre el motivo de este acto. Aunque no conozco a sus responsables, no tengo duda alguna de que el motivo hay que buscarlo en el texto de la citada placa. Hace algunos años me llamó la atención dicho texto por el odio entre españoles que destila y por el hecho de que aún permaneciese expuesto al público. Reza así: 'A la memoria de los montañeses que durante la guerra acaudillada por Franco cayeron heroicamente víctimas de los sin Dios, sin patria, sin leyes'.
La Guerra Civil que enfrentó a los españoles entre 1936 y 1939 ha sido una da las mayores locuras colectivas que ha vivido nuestro país. Es cierto que todos o casi todos los países europeos han tenido enfrentamientos internos por motivos políticos o religiosos, o por ambos al mismo tiempo, más o menos encarnizados, dolorosos y duraderos. Me viene a la memoria la famosa Guerra de los Treinta Años que azotó a Europa en el siglo XVII y a la que puso fin la denominada Paz de Westfalia de 1648. Se la denomina paz pero marcó la historia religiosa de los países implicados para siempre porque sentó el principio 'cuius rex eius religio', es decir, que todos los súbditos debían seguir la creencia religiosa, católica o protestante, de sus gobernantes. Ello explica que los habitantes de determinados países o territorios, antiguos principados y similares, sean hasta el día de hoy mayoritariamente católicos o protestantes.
Las heridas provocadas por estas guerras están ya cicatrizadas, aunque las consecuencias sigan estando presentes. Ningún habitante de Alemania, Suiza y otros países centroeuropeos se pregunta hoy el motivo de que haya nacido católico o protestante. Se trata de algo asumido por tradición. No sucede lo mismo con las consecuencias de nuestra guerra civil. Los hechos son demasiado recientes, son muchos los monumentos de todo tipo que la recuerdan y numerosos los políticos que todavía intentan utilizarla como arma electoral.
Creo que las denominadas leyes de la memoria histórica o similares tienen el objetivo de cerrar heridas aún abiertas, suprimiendo de los lugares públicos todo aquello que las recuerda y ensalza. Pero no siempre se han cumplido estas leyes como lo demuestra la pervivencia de la citada placa en un lugar público y sagrado. Los hechos que se cometieron en dicho lugar fueron deleznables y seguramente los responsables lo pagaron en su momento con su vida. Pero estoy seguro de que no todos los responsables eran «ateos, enemigos de la patria y carentes de leyes» ni que todas las víctimas lo fueron por ser «creyentes, patriotas y cumplidoras de las leyes».
Como historiador, no soy partidario de destruir los documentos que son testimonio de nuestro pasado. Los romanos tenían la costumbre de declarar la 'damnatio memoriae', borrar la memoria de aquellos emperadores a los que, tras su muerte, el Senado declaraba indignos de ser recordados. Por este motivo se perdieron multitud de documentos de emperadores como Nerón, Domiciano, Caracalla y otros que hoy nos serían muy útiles. Inscripciones como las que aún figuran en el santuario de Jesús del Monte, construido en 1941, no deben ser destruidas sino archivadas y conservadas en los museos, pues constituyen documentos de nuestra historia reciente para las generaciones futuras. Quizá su conocimiento pueda servir para que hechos tan sangrientos, producto del odio entre españoles como nuestra guerra civil, no se vuelvan a repetir. Porque la citada placa no es, como dice el reportaje periodístico, «conmemorativa de la Guerra Civil» sino del odio al diferente que la exposición pública de textos como este no hace sino perpetuar. Quizá esto explique, aunque no justifique, las pintadas que comentamos.
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