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Hace meses, recibí una llamada de alguien a quien solo conocía de oídas y leídas. Era Justo de las Cuevas. Seguía mis artículos y amablemente se ofreció como fuente para cuando escribiera sobre aquellos tiempos en que él estuvo en primer plano público. Por ello ... intenté una amplia rememoración con motivo de los 40 años de autonomía, pero su salud se fue interponiendo sin piedad. Me pareció una ocasión irrecuperable, salvo que haya dejado papeles de memorias. Esto de las mémoires pour servir l'histoire es algo que los españoles apenas interiorizamos. ¡Un pueblo sin vanidad corre el riesgo de quedarse sin historiadores también!
Se está produciendo continuamente la más importante barrera del conocimiento histórico: la desaparición de los protagonistas de acontecimientos decisivos. Aunque todavía quedan personas de aquella etapa de transición democrática y a la regionalidad cántabra, con cada uno que se va se pierde un punto de vista, un recuerdo específico y exclusivo, insustituible. Unos marchan al más allá y otros van perdiendo la memoria, o metiéndole demasiado bótox. Los futuros historiadores ya no podrán contar con los recuerdos de actores relevantes.
Justo de las Cuevas ya estaba viniendo a nacer cuando nacía la Segunda República. Hablamos de personas que coexistieron durante unos años con figuras que hoy nos parecen remotísimas, como Azaña, Unamuno u Ortega. Esa España no está más lejos que la niñez de nuestros mayores. Pronto, empero, solo será «oídas y leídas».
Un personaje de Borges intuyó «que el pasado es la sustancia de que el tiempo está hecho; por ello es que éste se vuelve pasado en seguida». La muerte hace que el tiempo de la vida pase del pretérito perfecto («ha sido») al absoluto («fue»), y que la memoria deba dejar su teclado a la historia. Si además deja memorias, mejor que mejor.
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