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Brillo, transparencia y elevada dureza. Son las tres cualidades del diamante, pero sirven para el periodismo. La información resplandece cuando se extrae, se talla y se pule. Si la labor resulta fácil, cómoda y viene dada, no es periodismo. Este oficio siempre ha sido exigente, ... sacrificado e indagador. Cada vez que un gabinete, servicio u oficina de prensa se ofrece a «facilitar» nuestro trabajo, hay que enderezar las orejas en señal de alerta para que ese verbo no signifique «sustituir» o «degradar». Si llega una nota oficial redactada, titulada y con declaraciones seleccionadas, y alguien la publica con su firma después de darle un par de retoques, no ejerce de periodista, sino de testaferro.
El periodista tira de sus hilos, se documenta, prepara sus preguntas, decide a quién es oportuno planteárselas, busca sus datos, contrasta, elige el enfoque de su artículo y cómo lo titula. El reportero gráfico cuenta su propia historia visual, retrata a un personaje en un contexto, capta los detalles y las posibilidades de una escena en la que ha visto lo que los demás no ven. Si un político, un cargo público, un empresario, un artista quiere que se publique la imagen que él remite, con su sonrisa, su pose y su fondo estudiados, si sólo está dispuesto a responder a las preguntas que le convienen, si pretende supervisar el contenido... lo que quiere es un anuncio y debe dirigirse al departamento comercial.
Para «facilitar» nuestra tarea, sólo dejen que la hagamos. ¿Por qué rodean los portales de transparencia de un laberinto burocrático en cuya salida aguardan respuestas desfasadas y parciales? Nos envían fotos enlatadas, textos dirigidos, audios cortados, vídeos corporativos. Tal vez sea su trabajo, pero no suple el nuestro. El periodismo implica pasión por los hechos, entusiasmo por la verdad, tozudez con la verificación, afán por desvelar lo que otros intentan ocultar. ¿Quieren darnos facilidades? Abran sus puertas, dejen que preguntemos, que accedamos a los informes, que grabemos y fotografiemos.
Uno de los grandes riesgos para nuestra profesión es el apresuramiento que imponen los nuevos usos sociales ligados a los soportes digitales y a su inmediatez. Vivimos inmersos en un estado de urgencia que quizá no es tan imperioso como pretendemos. El apremio que presiona a las redacciones restringe a menudo al periodista a su papel de relator en detrimento de otras facetas consustanciales al oficio. Una es la de descubridor: si algo es gratificante es el hallazgo de realidades ignotas y dar noticia de ellas. La otra es la de pensador, y aquí sufrimos el mayor menoscabo. El tiempo nos devora, como Saturno a sus hijos.
«El que tiene vocación de buscar la verdad, si no se contenta con aproximaciones o meras vislumbres, si pone a prueba lo que ha pensado, puede llegar a una experiencia deslumbradora, fascinante, el premio mayor del esfuerzo intelectual: la evidencia». Pero «requiere un gran esfuerzo de lo que más se escatima: pensar». Lo decía el filósofo y académico Julián Marías hace 22 años en su clarividente 'Tratado sobre la convivencia'.
Implacable con los medios de comunicación, pese a colaborar en varias cabeceras como columnista, el premio Príncipe de Asturias de Humanidades cargaba sobre ellos, en especial sobre la televisión, la culpa de propiciar una sociedad irreflexiva. Reprochaba que muchos omitieran contenidos, desorientaran, dieran resonancia a cuestiones irrelevantes y difusión a grupos, partidos y publicaciones que «mienten sistemáticamente». Y «nada perjudica más la salud de una sociedad que la impunidad de la mentira», advertía.
Aunque apenas toleraba la exageración, quizá Julián Marías incurrió un pelín en ella en esta frase: «Hágase un cómputo de las páginas dedicadas por los periódicos a los asuntos, y se verá que suelen estar en razón inversa a su interés». Más allá de que el cómputo sería inevitablemente subjetivo, la idea del análisis es buena. Vocento, como grupo editorial, sí se ha parado a pensar, en equipo y a fondo, a qué dedicamos nuestro tiempo y nuestro espacio y en qué deberíamos emplearlos con el lector situado en el centro de nuestra atención.
El reto de cada periódico es no bajar la guardia. Muchos titulares, quizá demasiados, los copan las promesas, anuncios y declaraciones de los gobernantes y de quienes aspiran a serlo. No podemos hacernos responsables de sus palabras, pero sí de pedirles cuentas. Nuestro deber es rastrear después los incumplimientos, los engaños y las incongruencias y llevarlos también a los titulares para no ser cómplices de la banalización de la mentira pública, la degeneración de la política y el deterioro de los principios democráticos.
«El error es posible, hay 'derecho' a él, con la condición de que se reconozca y rectifique. Lo que es intolerable es la mentira. Y se aplica de un modo aterrador». No sé qué opinaría Julián Marías del torrente de infundios y suposiciones que se vierte en internet diecisiete años después de su muerte, pero si algo redobla hoy la utilidad de la prensa es su capacidad para restablecer verdades y desterrar falsedades. Piénsenlo.
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