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El mecanismo más eficiente para activar el ascenso social y permitir que las nuevas generaciones alcancen puestos de responsabilidad, reside en la valoración del mérito y la capacidad. Los ejemplos de personas que lograron superar holgadamente el estatus con el que iniciaron su trayectoria vital ... son muy numerosos. El paso del tiempo demuestra que la mejor forma de hacer justicia –en un mundo repleto de desigualdades– es valorar el mérito, la capacidad y el esfuerzo. Este planteamiento ha permitido el avance de la humanidad y construir una sociedad más justa y equilibrada.
El consenso sobre esta premisa se ha mantenido incólume hasta hace décadas. Desde determinados grupos de ultraizquierda, con el apoyo de asociaciones adanistas, se cuestiona la importancia del mérito y capacidad porque supone crear desigualdad. Es evidente que los seres humanos tenemos diferentes capacidades innatas y que los procesos de aprendizaje no son iguales para quien tiene un entorno de pobreza e incultura, que para aquel que cuenta con una familia económicamente solvente y con una formación elevada.
Quienes intentan modificar de raíz las bases de nuestra actual sociedad sostienen que medir a los jóvenes por los conocimientos adquiridos y por su implicación en el aprendizaje, genera injusticias y traumatiza a quienes, por razones diversas, no son capaces de ubicarse entre los más brillantes. Se plantea una doctrina de acomodación, en la que se dé por bueno cualquier nivel de adquisición de conocimientos y habilidades.
La nueva doctrina sociológica ha provocado cambios reales en esa dirección de igualar a los alumnos. Así, se facilita el paso de curso con asignaturas suspendidas y se rebajan los niveles de exigencia. El mensaje que reciben los más jóvenes es que no se preocupen, que no es necesario realizar esfuerzos, basta con asistir a clase e intentar aprender.
El choque de esa posición 'buenista' con la realidad llega dentro del mismo sistema educacional, en el momento crucial de la formación, cuándo ese alumno desea iniciar sus estudios universitarios y debe superar la barrera del mérito y el esfuerzo: la nota de corte que le abrirá o cerrará la puerta a estudiar la carrera que tiene decidida vocacionalmente. El camino de los primeros años de formación no concuerda con el paso decisivo a la universidad. En esa coyuntura es el mérito y el esfuerzo el factor determinante para poder abordar la etapa decisiva en la vida: estudiar una carrera para que se tiene vocación.
El trabajo es para cualquier persona el centro de su vida durante la mitad de la misma. Acudir a diario a una oficina, despacho, fábrica o establecimiento de hostelería si no te gusta lo que vas a hacer es una de las mayores frustraciones. Elegir los estudios universitarios marca, con sello determinante, buena parte del futuro personal. Y en esa encrucijada resulta que, en contra de la corriente general, la adquisición de conocimientos, las calificaciones y el esfuerzo son esenciales. ¿Cómo se explica a un joven que quiere estudiar una ingeniería, medicina, ciencias físicas… que no puede ni siquiera intentarlo, porque la nota obtenida en la Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU) no es suficiente? ¿De qué forma esa persona puede comprender que la doctrina que desprecia el mérito y el esfuerzo ha sido una trampa?
Las dificultades para iniciar los estudios deseados no terminan con esa contradicción entre los mensajes de que no es preciso esforzarse y que todo será fácil. Los diferentes criterios de cada universidad para la evaluación de los conocimientos del alumno son una nueva barrera. Mientras que, en algunos centros determinadas asignaturas, resultan decisivas, en otros no, y por ello el aspirante a iniciar su formación universitaria puede ver como sus buenas calificaciones en determinada materia apenas si suman en la universidad elegida.
Un buen estudiante que quiera cursar determinada titulación se topará con la barrera de que en la universidad pública más próxima a su domicilio sus buenas calificaciones no cuentan tanto como en otras regiones. Por no hablar de quienes, atraídos por la atractiva presentación del bachillerato internacional, se ven excluidos de seguir su vocación porque el peso de sus notas en materias concretas se ve demediado.
Cuando las plazas universitarias están tasadas, la manera de seleccionar quienes pueden iniciar su carrera vocacional no es otra que la clásica: el mérito demostrado en el examen y su trayectoria académica. La contradicción reside en que durante la etapa anterior la autoridad docente le ha dicho lo contrario y no hay posibilidad de rectificar el error.
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