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Las dos últimas muestras existentes de uno de los virus más letales conocidos, el de la viruela, se guardan en dos laboratorios de máxima seguridad, ... situado uno de ellos en los Estados Unidos, el centro especializado en el control y prevención de enfermedades (CDC) de Atlanta, y el otro en el Instituto Vector ruso, en Siberia. La viruela, que mató a más de 300 millones de personas solo en el siglo XX, es la única pandemia global erradicada por completo, y lo que fue una amenaza incontrolable durante miles de años ya no existe. Pero, según los expertos, si el virus fuera liberado hoy sus efectos serían aún más devastadores. Por eso, el mundo contuvo la respiración cuando en septiembre de 2019 las autoridades rusas informaron de una explosión y posterior incendio en uno de los edificios del instituto. Por fortuna, el incidente fue considerado de menor gravedad.
La viruela se llevaba por delante a un tercio de los contagiados, y quienes lograban sobrevivir quedaban marcados de por vida. La OMS declaró oficialmente la victoria definitiva de la medicina sobre el virus en 1980. Las noticias del accidente en el instituto de Siberia coincidieron en el tiempo con las muy alarmantes que llegaban desde la localidad china de Wuhan sobre la detección de un nuevo virus, el covid-19. El coronavirus dejó al descubierto nuestra extrema vulnerabilidad y derrumbó la falsa seguridad en la que estaban instaladas las naciones desarrolladas. Y es ahora, un día después de que Cantabria decretara el final de las restricciones sanitarias, con la excepción del empleo limitado de mascarillas, cuando conviene recordar que, al contrario de la viruela, no hemos derrotado al covid, aunque las vacunas sintetizadas por la ciencia en tiempo récord han detenido su avance.
Puede haber llegado la hora, también, del examen riguroso de lo ocurrido desde la irrupción del coronavirus, en los primeros meses de 2020, hasta la vuelta relativa a la normalidad, no sé si para exigir responsabilidades, pero al menos con la intención de evitar en el futuro los errores cometidos en la gestión y en el gasto. Nadie olvida las imágenes de nuestros sanitarios, combatientes de primera línea, enfrentándose al virus con bolsas de basura como inútil protección, el encierro en los domicilios, el cierre de fronteras no ya entre países y comunidades sino entre pueblos vecinos, la solitaria y triste muerte de ancianos en las residencias, la acumulación de féretros en campamentos improvisados por el colapso en las funerarias y los vaivenes e inutilidad de muchos líderes políticos, mientras mujeres voluntarias de Santander daban una hermosa lección de solidaridad confeccionando en sus casas, cada tarde, cientos de mascarillas de tela.
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Ana del Castillo
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